Los
distintos poderes fácticos, religiosos y gubernamentales chocaban tanto, que
los ambiguos y presionados pronósticos científicos, cada vez más desacreditados,
estaban siendo tan variados, que aún no había consenso para anunciar una teoría
oficial que agradase a todos. Los que sí estaba aceptado, es que, si ocurría, cuando
todo fuera oscuridad, el sol ya habría colapsado ocho minutos antes.
Acompañando a la noche eterna, llegaría la extrema bajada de las temperaturas
que, a buen seguro, originaría una angustia irracional en la población. Con el
desordenado y creciente pánico global establecido por sobrevivir en un mundo
agonizante, los violentos disturbios traerían enfrentamientos de magnitudes
apocalípticas. Sin fuerza gravitacional, la tierra y del resto de satélites y
planetas que formaban el antiguo sistema solar, vagarían por el cosmos hasta
colisionar u orbitar alrededor de otro astro. Pero eso ya daría igual, pues
para entonces, los últimos carroñeros y bacterias ya habrían desaparecido antes
de que la tierra se convirtiera en un planeta muerto y congelado.
Ortega
se abrió paso como pudo entre la enloquecida muchedumbre que atestaba la
Explanada Nacional de Washington. En los últimos meses se había apartado de sus
férreas convicciones científicas y, aunque con ciertos recelos, empezaba a flirtear
con Annlee, la nueva creencia de moda en medio mundo. Le fue imposible
continuar cuando se encontraba entre la Galería Freer y el Museo Nacional de
Historia, pero desde esa posición pudo ver a Annabel, que micrófono en mano desde
la enorme plataforma instalada bajo el obelisco, se dirigía al entregado
público.
―Y
el ojo amarillo brillará por última vez sobre nosotros ―gritaba la líder
haciendo gesticulaciones que hacían danzar su túnica mientras recorría el
escenario―, y llegará en la jornada anunciada por Metzengerstein en sus sacros
compendios. Y aunque todos sus hijos verán y admirarán su puro fulgor por
última vez, ellos serán renovados con la brutal belleza que arrasará para
purificar las razas. Y de algunos, solo quedarán las cenizas heladas de lo que
fueron, y así, para despertar en la aurora naciente e infinita de una nueva
existencia, vosotros seréis los únicos elegidos. Desconfiad de quien reniegue de
la doctrina de Annlee o intente engañar con falsas promesas, pues están
condenados a que no quede de ellos ni su triste recuerdo.
Cuando
el discurso terminó, no sin poca dificultad, Ortega volvió a abrirse paso para
alejarse, pues como si de un concierto se tratase, los presentes parecían
esperar los bises de su adalid.
Desde
el hotel informó a su agencia sobre lo vivido y se despidió de su superior, ya
que era el último compromiso con ellos. Ahora le apetecía aprovechar el poco
tiempo que quedaba de otra forma que no fuera trabajando, de hecho, había
aceptado el último encargo porque quería volver a ver a Annabel antes de que,
si se confirmaban las predicciones, todo se fuera a la mierda. Ya habían pasado
doce años desde que decidieron dejar la relación, y aunque habían estado en
contacto al principio, en los últimos años solo sabía de ella por lo que
contaban los medios de comunicación.
Cuando
al día siguiente se dispuso a salir del hotel para viajar a Boston, junto a la
recepción lo abordaron un hombre y una mujer elegantemente vestidos. Como a
estas alturas todo le daba igual, no opuso resistencia cuando lo invitaron a
subir al coche que esperaba junto a la puerta. Una hora después, dejaron atrás
la ciudad de Washington y, a través de un espeso bosque, se adentraron por un
camino privado que discurría serpenteante hasta morir en una despejada llanura
rodeada de garitas de vigilancia, donde presidiendo el recóndito lugar, se
alzaba una lujosa mansión de estilo colonial.
Junto
a la puerta, custodiada de varias personas, una cara conocida lo observaba. Alejada
de la imagen pública de líder espiritual, Annabel vestía ropa cómoda e
intentaba aparentar cercanía luciendo una sonrisa. Aunque los años la habían
tratado bien, aquella mujer distaba mucho de la que él había conocido tiempo
atrás, pues ni siquiera se acercó para dedicarle unas palabras.
Durante
las semanas que duró su estancia en la congregación, apenas le permitieron
acercarse a ella, y aunque el apocalipsis solo llegó de forma selectiva y
voluntaria, en ese tiempo fue testigo del mundo que Annabel había creado,
moldeando a aquellos elegidos que la idolatraban, y que no dudaron en quitarse
la vida junto a ella en una desesperada ceremonia retrasmitida e imitada por millones
de seguidores repartidos por todo el planeta, una vez confirmada la buena salud
del sol.
Vicente Ortiz.
Relato escrito para la web Metal Obscura.
Abril de 2020 (confinamiento)
Registrado en Safe Creative con Nº 2004283810859
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