26 de noviembre de 2018

Podcast del relato "Londres".

Audio relato escrito por Vicente Ortiz. Narrado y editado por La Nebulosa Ecléctica. 
Escúchalo en Ivoox.
Con alta calidad en Mega.
Si no puedes reproducirlo, inténtalo en el siguiente enlace a Ivoox.

2 de noviembre de 2018

Podcast del relato "El Pugio".

Audio relato escrito por Vicente Ortiz. Narrado y editado por La Nebulosa Ecléctica. 
Escucha la lista completa en Ivoox.
En alta calidad en Mega.
Si no puedes reproducirlo, inténtalo en el siguiente enlace a Ivoox.

8 de octubre de 2018

18 de septiembre de 2018

6 de julio de 2018

El pugio.


Ahora que mi aliento se agota y que pronto mis ojos se cerrarán para siempre, reconozco que no mereció la pena. He malvivido en Hispania desde que me exilié y nada de lo que se me prometió se ha cumplido. Sé que lo merezco, hice algo terrible y por eso ya no tengo nombre, ni patria, ni pasado. Ahora mis huesos y pellejos yacen en la oscuridad de la más humilde de las villas hasta que me llegue la hora. Fui un ingenuo enamorado de la más cruel y hermosa criatura que haya parido la República. Me sedujo y acepté a acabar con el enemigo de su padre sin saber quién era y que todo era un sueño; pues ni siquiera era su padre, pero creo que soy tan estúpido, que, aunque volviera a nacer mil veces, volvería a caer en su trampa a cambio de volver a sentir su cuerpo desnudo entregado a mí. Aunque hace mucho tiempo de aquello, no puedo reunirme con Plutón sin confesar el secreto que destrozó mis días de juventud y me hizo abandonar mi amada Roma para siempre.

1 de julio de 2018

19 de marzo de 2018

Videorrelato "La Mansión Farrell ".

Vídeo creado a partir del relato escrito por Vicente Ortiz emitido en el programa de radio "La Rosa de los Vientos" de Onda Cero el sábado 23/01/16Narrado por Fernando Megía con la colaboración de Agustín García y realizado por Pepe Menchero.


2 de febrero de 2018

Insectos

 Incluso antes de que cayeran las comunicaciones, la desesperada situación entre los supervivientes que intentaban encontrar alimentos y sitios seguros, se estaba traduciendo en continuos altercados violentos. Eso me provocaba aún más pavor que los diabólicos insectos, pero quién soy yo para juzgarlos, se trataba de sobrevivir y por eso salía de casa en contadas ocasiones para pertrecharme de lo estrictamente necesario y dosificar los víveres durante el mayor tiempo posible.
Comencé el día de mi nueva vida después de una noche en la que había pasado más tiempo despierto que dormido. Mi cuerpo era ya una enorme roncha que desfigura toda forma anterior a la llegada de los insectos. Cada mañana al despertar, me dedicaba a matar y barrer los bichos que se habían colado en casa, quién sabe por dónde, pero esa mañana fue diferente. Maté a los que me molestaron, pero se quedaron en el suelo.
Con la mochila preparada, mi inseparable raqueta y el estrambótico traje de protección de abejas que había reforzado de forma artesanal, salí a la calle sin tener muy claro el rumbo a seguir. En un principio me había planteado intentar subir a la montaña, que aún conservaba nieve. Albergaba la esperanza de que allí no hubiera ningún insecto, pero, aunque así hubiese sido, de nada me habría servido no morir por el veneno de sus picaduras si iba a morir de hambre o frío, así que, cogí buen ritmo y me dirigí a la salida oeste.
En poco más de una hora de caminata, dejé atrás la ciudad en la que había pasado toda la vida. Allí ya no había familia, ni amigos, ni siquiera buenos recuerdos, incluso dejé a Phillips, mi apellido y por quién era conocido. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba pronunciar por nadie. Lo único que quería, era alejarme del horror, quizá para adentrarme en otro, pero tenía que intentarlo.
El camino no fue sencillo. Con la raqueta fui matando y espantando bichos todo el tiempo, pero mis fatigados brazos me dolían y pesaban por la sobrecarga. En algunos tramos tuve que subir montículos de bichos muertos que se habían ido amontonando en mitad de la carretera formando espectaculares barricadas. El olor era vomitivo y el sonido al pisar esa masa crujiente y viscosa en descomposición, era repugnante. Mis pies se adherían a un suelo que me agarraba, y cada paso era más penoso que el anterior. Mi cerebro empezó a jugarme malas pasadas, y por el agotamiento y la inhalación de los restos podridos, en algún momento llegué a creer que mis botas hacían una especie de efecto ventosa y se atrapaban en la masa, sacando los pies descalzos. Por suerte no ocurrió, aunque sí caí en un par de ocasiones embadurnándome casi todo el traje.