28 de noviembre de 2013

La carretera

Llevaban preparando la broma desde que uno de los chicos escuchó la leyenda urbana de la chica de la curva en un programa de radio nocturno, y aunque hacía un poco de frío para semejante atuendo, merecía la pena sufrir para pasar un buen rato.
La joven se había maquillado la cara de blanco y había exagerado unas oscuras ojeras con el mismo color que se había pintado los labios. El vestido blanco lo había comprado el artífice de la idea en una tienda de segunda mano y también se había encargado de llevar el coche. El más joven de los tres grabaría la escena que luego subirían a la red.
Abandonaron la estrecha carretera para adentrarse unos metros en el camino elegido días atrás. La noche era desapacible, de no ser por la linterna que llevaban, la oscuridad era casi absoluta. Avanzaron en fila india por la cuneta unos doscientos metros hasta llegar a las curvas donde llevarían a cabo la hazaña.
Cámara en mano, el más joven subió a un árbol para grabarlo todo. El otro acompañó a la chica hasta que a lo lejos vieron aparecer dos luces, entonces ella se descalzó, él cogió los zapatos y se escondió tras unos matorrales. Algo nervioso, animó a la chica para que actuara como habían ensayado.

Tras acabar la jornada de trabajo, una mujer de mediana edad conducía cada noche por aquella peligrosa carretera. Empezaba a estar harta, además, casi todas las noches cuando llegaba a casa, su hija ya estaba durmiendo.
A lo lejos, algo llamó su atención. Algo blanco. A pesar de no ir muy deprisa, redujo la velocidad. Estaba agotada y aunque le picaban los ojos por el esfuerzo de conducir de noche por una carretera tan oscura y sin señalizar, claramente identificó a una persona. A menos de cien metros supo con certeza que era una mujer, puede que una jovencita. Redujo un poco más. Le aterraba parar en aquel sitio de escaso tráfico sin nada de iluminación.

La chica de la cuneta inclinó su cabeza hacia un lado mientras entreabría la boca y estiraba los brazos en una postura poco natural. Cuando el coche estaba a pocos metros de ella y su velocidad era cada vez más lenta dio dos pasos colocándose en mitad de la carretera. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos, los mismos que tardó la conductora en esquivarla mientras pasaba a su lado y aceleraba para perderse en la oscuridad de la noche.
El chico que permanecía en el árbol pudo grabar la escena completa; la mujer perdió el control en la segunda curva y cayó por un terraplén. Rápidamente bajó del árbol y aunque sus amigos no la habían visto salirse de la carretera, habían escuchado claramente el estruendo.
A ninguno de ellos se le pasó por la cabeza socorrer a la accidentada cuando emprendieron la carrera, sólo querían llegar al coche cuanto antes y desaparecer de allí.
La joven se sentó en el asiento trasero. Al acomodarse para cambiarse de ropa fue cuando se dio cuenta que aún estaba descalza. Metió el vestido en una bolsa y pidió sus zapatos. Su compañero no estaba menos nervioso, los sujetaba en silencio con la mirada perdida. Puso en marcha el coche y sin decir nada los tiró sobre los asientos traseros. Mientras recorrían el camino que daba acceso a la carretera, la chica encendió la linterna y con la ayuda de un pequeño espejo y unas toallitas empezó a desmaquillarse.
Cuando pasaron por la zona donde había tenido lugar el siniestro, redujeron considerablemente la velocidad, pero sin llegar a parar.  
Aquí fue donde me maté dijo la chica con voz tenebrosa apagando la linterna.
Los compañeros de los asientos delanteros se miraron de reojo. Ninguno dijo nada. El conductor intentó verla a través del espejo del coche, pero la falta de claridad se lo hizo imposible. Ella se dio cuenta y empezó a reírse.
―No tiene gracia ―dijo el más joven.
―¡Frena, joder! ―gritó la chica poniéndose entre los dos asientos― Hay alguien allí.
La mujer que sostenía un teléfono en la cuneta se quedó mirando el coche que paraba a su altura.
Hola chicos saludó tranquila, he tenido un descuido y me he salido de la carretera. Ya he llamado a mi marido para decir que estoy bien. Vivo a pocos kilómetros de aquí y él no tiene coche, ¿me podríais llevar a casa?
Buenas noches saludó el conductor intentando mostrar tranquilidad, no se preocupe, nosotros la llevaremos.
La mujer abrió una de las puertas traseras y saludó a la joven que apretaba contra sí una bolsa. Ésta se limitó a asentir con la cabeza, y por miedo a que la reconociera apartó la mirada.
La mujer les fue indicando el camino sin que los jóvenes hablaran en todo el trayecto. En unos minutos estaban entrando por su calle.
Muchas gracias, chicos, me habéis salvado la vida. Allí está mi marido ―dijo señalando al hombre que con rostro serio hablaba por teléfono.
Avanzaron unos metros. El hombre se quedó mirando el coche que se aproximaba. Pararon a su lado. Entonces se abrió una de las puertas traseras y la joven que aún sujetaba la bolsa bajó del coche. Se acercó al hombre y se abrazaron.
Ha pasado algo terrible dijo él, después de besarle la frente.
Lo sé, papá.

Los chicos se miraron aterrados, no entendían nada. El conductor echó un vistazo al asiento trasero buscando una explicación, pero allí no había nadie.


Vicente Ortiz Guardado
Derechos de autor: Relato registrado en Safe Creative. Código de registro 1803056010981

21 de octubre de 2013

Videorrelato "Soy la única".

VÍDEO REALIZADO A PARTIR DE LA EMISIÓN DEL MICRORRELATO "Soy la única", EN EL PROGRAMA DE ONDA CERO, LA ROSA DE LOS VIENTOS el domingo  30/09/13



14 de octubre de 2013

El ser.

Un estridente chirrido lo despertó. Conforme abrió los ojos, casi a cámara lenta, el sonido se fue desvaneciendo. Miró a un lado, luego al otro. Lo hizo muy lentamente, puede que por miedo a que le escucharan. Todo parecía en calma. Excepto por su respiración, el silencio era casi absoluto.
Por la ventana de su habitación se colaba la claridad de una farola cercana que dibujaba un rectángulo en la pared. Le daba cierta tranquilidad no estar totalmente a oscuras.
Se fue destapando lentamente. Primero apartando las mantas con las manos y luego con la ayuda de los pies para no incorporarse directamente. Finalmente se decidió a levantarse y empezó a caminar de puntillas. Antes de salir de la habitación miró atrás. Algo pasó en ese momento cerca de la ventana haciendo un ruido que no supo describir, algo como un zumbido chirriante. El perfecto rectángulo que iluminaba la ventana quedó casi borrado durante unos segundos. Seguramente un pájaro estaba revoloteando alrededor de la farola.
Encendió la luz. Se relajó. Luego hizo lo propio con las del pasillo y con la de la cocina. Mientras sonreía, se sirvió un vaso de leche. Se lo tomó de un trago. Inspiró profundamente y dio media vuelta para volver a la cama. Una a una fue apagando todas las luces que había encendido. Tumbado bocarriba, se quedó mirando la pared hasta que el sueño empezó a aparecer de nuevo, pero otra vez ese sonido lo puso en alerta. Desesperado se frotó los ojos antes de levantarse y decidirse a mirar qué era lo que había en la calle. Cuando se dispuso a abrir la ventana apareció ante él una siniestra figura. Cayó sobre la cama sin poder apartar la mirada de aquel ser. El sonido empezó a aumentar de volumen, posiblemente provenía del sus alas. Su cuerpo tenía ciertos rasgos “humanos”, pero lo más impactante en aquel ente, era su mirada.

Desde la calle, el enorme insecto lo estudió a fondo con sus gigantescos ojos rojos. Luego desapareció.
Bloqueado sobre la cama lo encontraron dos días después balbuceando algo sin sentido. Tras el diagnóstico médico lo ingresaron en un hospital psiquiátrico.

Restablecido, meses después empezó a hacer vida normal. Una noche en la que dormía plácidamente se despertó alertado por un sonido familiar. Se levantó y abrió la ventana. No tardó en aparecer el misterioso ser que tiempo atrás lo había trastornado. Cara a cara se contemplaron unos segundos, casi podían tocarse. Fuera lo que fuera aquello, no era de este mundo, no podía serlo. Era tan alto como él, pero la envergadura de sus alas lo hacía mucho más grande.
Dio unos pasos atrás y sacó algo que llevaba un tiempo escondido bajo la almohada. El ente no desconfío al ver el reflejo que la hoja dibujó haciendo un arco en el aire. Es más, podría pensarse que lo esperaba. Sus ojos rojizos se apagaron cuando el enorme cuchillo se incrustó en el centro de su cráneo.

Días más tarde lo encontraron bloqueado de nuevo sobre su cama. Esta vez no balbuceaba. Insertado entre sus ojos, un cuchillo de cocina había acabado con su sufrimiento.      

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Relato inspirado en el Mothman.
Vicente Ortiz Guardado
14-10-13
Derechos de autor: Relato registrado en Safe Creative. Código de registro 1803056011018

30 de septiembre de 2013

Podcast del relato "Soy la única".

Microrrelato "Soy la única. Escrito por Vicente Ortiz. Realizado por Pepe Menchero. Narrado por Ángel Mosquera. Colaboran Remedios Márquez y Elena Redondo.
Relato ganador del concurso de los emitidos en Septiembre de 2013 en el programa de Onda cero, La rosa de los vientos. Emitido el domingo 30/09/13



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12 de septiembre de 2013

Soy la única

En cuanto me vio llegar, la enigmática joven me miró profundamente. Luego, pareciendo ignorarme miró al frente y levantó los brazos diciendo algo incomprensible. Entonces aparecieron cientos, puede que miles de pájaros negros que apenas dejaban ver el cielo. La chica volvió a mirarme sin parar de hablar, pero entre los graznidos y el aleteo me fue imposible oír lo que decía. Nos separaban unos cuatro metros, pero su mirada cada vez era más penetrante y aunque en ningún momento me vi amenazado por ella, la impresionante bandada de pájaros empezó a sugestionarme. Cuando ella volvió a mirar al frente aproveché para salir corriendo. No quería seguir allí ni un segundo más. Buscando protección, me oculté tras el enorme troco de un viejo árbol. Me senté en el suelo, apoyé la espalda y cerré los ojos un instante, quizá unos minutos, no estoy seguro. Quería desaparecer de allí, pero ¿cómo?
El diabólico sonido de aquellos pajarracos empezó a desvanecerse poco a poco. Abrí los ojos. Respiré profundamente y miré a mi espalda. La chica ya no estaba y los pájaros se veían avanzar en el horizonte como una enorme nube negra preparada para descargar. Sin pensarlo me levanté y salí corriendo. Después de bajar la loma de aquel monte paré para coger aire. Sudaba. Tras una llanura casi desértica, a unos dos o tres kilómetros se veía un pequeño pueblo. Antes de continuar miré atrás para asegurarme que estaba solo. Tras confirmarlo, comencé a correr de nuevo respirando con más dificultad. Mis piernas cada vez estaban más agarrotadas y cada paso que daba era un pequeño castigo. Al poco rato empecé a toser y tuve que parar de nuevo.
No había sido buena idea quedar a través de internet con aquella chica misteriosa. Desde que nos conocimos todo había sido muy raro, pero algo en ella me atrajo desde el primer saludo y tras unos días de insistencia acepté aquella estúpida cita. Me aseguró que no me iba a olvidar de ese día, pero a cambio yo tenía que desplazarme hasta aquel remoto lugar en el que lo único que quedaba eran las ruinas de un viejo castillo olvidado al que algún estúpido había llenado de pintadas con símbolos que no había visto antes.
Un poco más tranquilo decidí continuar la carrera. Las primeras zancadas fueron golpes rígidos que apenas controlaba y a punto estuve de caer al suelo, luego cogí el ritmo y aunque estaba muy agotado, ver las casas cada vez más cerca me animó a seguir. Miré atrás sin parar de correr y entonces ocurrió; tropecé con algo y entre una nube de polvo caí al suelo. Con la manga de la camiseta me limpié el sudor de la cara y cuando alcé la vista… allí estaba ella, a pocos metros me miraba sin expresión en la cara. Un escalofrío recorrió mi nuca cuando me levanté. Mis piernas temblaron, no sé si por el cansancio o por el miedo que, esta vez sí me provocó su presencia.
Soy la única dijo casi en susurros, ya no hay vida a mi alrededor.
No fui capaz de hablar. Estaba tan bloqueado que ni siquiera reaccioné cuando apareció uno de aquellos pájaros revoloteando entre el polvo para posarse finalmente en su hombro.
Ven a mí continuó mientras se acercaba, no tengas miedo, ya ha pasado todo.
Quería desaparecer de allí y no volver a saber de ella, pero estaba tan agotado que ni me planteé volver a salir corriendo. Sentí que mi voluntad le pertenecía, estaba totalmente a su merced y alguna fuerza desconocida me impedía moverme.
¿Qué está pasando? pregunté tembloroso.
Justo en ese momento vino una fuerte racha de viento que nos envolvió en un pequeño tornado. Cerré los ojos para protegerme. Cuando los volví a abrir la tenía a dos palmos de mi cara. El viento paró y fue cuando me di cuenta que en su cara no había ojos, solo dos terroríficas y oscuras cuencas…

…Reaccioné y caí de la cama. Por suerte había sido el sueño que llevaba repitiéndose tres noches seguidas. Miré el reloj, era hora de levantarme.
Me senté a la mesa para tomarme un café y ojear el arrugado periódico que mi padre acababa de devorar. Normalmente siempre empiezo por las últimas páginas, pero esta vez empecé por el principio. En portada aparecía a todo color una imagen que me impactó. Sin tiempo que perder, empecé a leer el artículo que figuraba en el interior. Era terrible; un avión se había estrellado cerca de mi ciudad y no había supervivientes. Al final del párrafo ponía que habían cerrado la edición del periódico poco tiempo después del accidente y que seguirían informando en la edición digital del periódico.
Encendí la tele y busqué el canal de noticias. El destrozado fuselaje del avión se había desperdigado cientos de metros. La amalgama de sanitarios, bomberos y policías se movía de un lado a otro entre los restos. Subí el volumen.
Fuentes cercanas al ministerio decía la reportera nos han confirmado que una insólita bandada de aves han sido la causa del siniestro. Teniendo en cuenta a la altura que volaba el avión, aún se desconoce cómo los pájaros pudieron entrar por las turbinas de los motores haciendo que éstos pararan. De momento sólo hay un superviviente, se trata de una chica de unos treinta años, aún sin identificar.
Entonces apareció la imagen de una joven que estaba siendo atendida. Era ella. Miró a la cámara y, aunque no se entendió bien, sus labios dijeron claramente: Soy la única.       

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Vicente Ortiz Guardado.
Septiembre 2013
Derechos de autor: Relato registrado en Safe Creative. Código de registro 1803056011032

10 de junio de 2013

Un templario en la ciudad

—¡Venga rápido! Que el abuelo Emilio ya habrá llegado y hasta la hora de comer nos puede contar alguna batallita de esas que tanto le gustan —dijo Juan María a su primo César.
—Vamos corriendo —contestó éste—, que tu hermano ya estará allí esperando.
Cuando los dos primos llegaron a la casa, su abuela Eloísa ya estaba preparando la comida. Pasaron de largo y entraron directos a la salita. En su sillón, su abuelo ya estaba contándole algo a Vicente que, con cara de admiración, escuchaba atento sus palabras.
Los dos niños no dijeron nada para no interrumpir. Acercaron unas torneadas sillas negras con el fondo de junco a la mesa camilla y se acomodaron en silencio.

22 de mayo de 2013

Visita a Onda Cero.

Felicitaciones y agradecimientos por parte de Bruno Cardeñosa y Silvia Casasola a Marta Teodoro y Vicente Ortiz por ganar los concuros de microrrelatos emitidos en La rosa de los Vientos y desplazarse hasta la radio para ver un programa en directo.
También se hace mención a Ana, Carmen y Fátima por su presencia.
Domingo 12-05-13



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16 de mayo de 2013

Zamboo.


Llevaba tres días sin salir a la calle cuando me decidí a sacar las cosas del viaje que aún seguían en una vieja maleta de piel. Por más que busqué el dinero, no lo encontré. Alguien había aprovechado cuando hablaba con el capitán y me había robado todo. Maldije al barco, al capitán, al viaje y todos los que me acompañaban. Nunca debí dejar sola a mamá. Ahora, solo y sin dinero, qué sería de mí.
Esa misma tarde sonó un golpe en la puerta. Era Zamboo, que venía a hacerme una visita. Le hice pasar y le conté todo lo que había pasado, él se puso muy serio, jamás lo había visto así. Luego se puso aún más serio, me dijo que ya nunca volveríamos a vernos porque había hecho algo de lo que se avergonzaba y quería dejar la isla para siempre. Le pregunté de qué se trataba, por si podía ayudarle y entonces se desmoronó. Me temí lo peor, algo en mi interior me dijo que había hecho algo terrible.

24 de abril de 2013

Podcast del relato "Lágrimas".

Audio relato emitido en el programa de Onda cero, La rosa de los vientos el 12-01-13
Relato ganador en el concurso de los emitidos en enero de 2013.
Escrito por Vicente Ortiz. Narrado por Remedios Márquez. Realizado por Pepe Menchero.



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Podcast del relato "La ventana".

Microrrelato escrito por Vicente Ortiz.
Emitido en el programa de Ondacero, La rosa de los vientos el 27-07-12



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3 de abril de 2013

Pluma Roja.


Es la primera vez que cuelgo en mi blog algo que no es un relato o cualquier otra cosa escrita por mí, pero acabo de terminar de leer el primer libro de Olalla Pons, la persona que me animó a hacer este blog y quería dedicarle unas líneas a modo de crítica. No soy nadie para hacer tal cosa, pero me apetecía. La novela se titula “Pluma Roja” de ediciones Hades.

14 de enero de 2013

Videorrelato "Lágrimas".

Vídeo realizado a partir de la emisión del microrrelato "Lágrimas", en el programa de onda cero, la rosa de los vientos el sábado 12-01-13




11 de enero de 2013

Miedo y sorpresa.

          Cuando las campanas de la catedral anunciaron las dos de la madrugada, Emilio salió de casa. Estaba tranquilo y seguro de que encontraría algo que diera un giro al misterio de aquel hombre y por su puesto si las cosas iban bien, a su vida y las de Meme y Antonio. La calle estaba desierta, y sin esfuerzos saltó la verja para dirigirse a la puerta de la bodega. La puerta era bastante vieja, de ella colgaba un modesto candado que no parecía un gran sistema de seguridad para guardar algo importante. Emilio usó el consejo de Antonio y con sólo calentar un poco el candado con el mechero, éste como por arte de magia saltó sin que hiciera falta golpearlo. Entró cerrando la puerta tras de sí. Tardó un rato en acostumbrarse a la oscuridad.

Allanamiento, fetichismo y psicopatía.

        Las medidas de seguridad de la vivienda eran penosas. Una vez dentro, se puso unos finos guantes, y con la más absoluta profesionalidad empezó a registrar todos los cajones sin desordenar las cosas, ella no debería saber nunca que había estado en su casa. Con suerte, cuando echara en falta los documentos, ya habrían pasado unos días, tal vez unos meses. No encontró nada. Siguió por las estanterías del pasillo y del comedor. Nada. Tampoco en las habitaciones. Pensó que tendría una caja fuerte, pero tampoco encontró nada tras los cuadros y muebles. Finalmente abrió cada mueble de la cocina. Cuando ya estaba a punto de rendirse vio que bajo un paquete de galletas asomaba un sobre marrón como el que vio días atrás. Consultó la hora, aún tenía un buen rato hasta que Eloísa volviera.

Odio, egoísmo y furia.


El taxi paró a las afueras del pequeño pueblo. Agustín y Sandra bajaron aliviados. Poner los pies en casa les daba tranquilidad, atrás quedaba Coria para siempre, mientras pudieran no irían jamás a esa ciudad de tan malos recuerdos para ambos.
 La chica empezó a caminar en dirección a su casa, mientras, su hermano se hacía cargo de pagar la carrera para luego seguirla. Sandra se paró pensativa al principio de su calle. Aunque la fila de pequeñas edificaciones hacía una ligera curvatura, al fondo se veía destacada la casa de sus padres.

Tristeza, emoción y decepción.


Eva se secó las lágrimas con un pañuelo que manchó de maquillaje, se giró al cabo de unos segundos para ver marchar a Emilio, pero Emilio ya no estaba. De repente empezó a notar como su corazón latía con fuerza, casi se le salía del pecho. Tenía otra oportunidad.
En la tranquilidad de la noche que ya tocaba a su fin se adentró en la casa. La puerta estaba abierta como siempre, todo estaba como lo recordaba. Ya estaba cerca de él, pero no sabía como tenía que actuar. Los nervios le hicieron tener una extraña sensación de inseguridad, pero la emoción por volver a ver a su gran amor era más fuerte.

Sexo virginal y amor imposible


Esa misma noche, mi puerta sonó. Me levanté de la silla donde leía mi viejo diario y me quedé de piedra al abrirla. Catalina había venido a verme en persona. No estoy seguro si en ese momento quería verla o no, pero estaba tan guapa como la última vez que la vi.
―Hola Samuel ―Dijo triste mirándome fijamente a los ojos.
―Hola Catalina, ¿Qué quieres? ―Le pregunté sin rodeos.
―Tenemos que hablar, mereces una explicación ―Dijo con los ojos vidriosos.
―Pasa dentro ―Le dije mientras le ofrecía una silla.

3 de enero de 2013

Lágrimas.


No estoy seguro qué ha pasado. Sólo recuerdo un coche chocando frontalmente. Después, todo ha sido como una especie de sueño que no recuerdas bien al despertar. Una nebulosa de flashes con imágenes lejanas.
Soy consciente de que algo grave me ha pasado. No puedo moverme ni hablar, tampoco siento dolor y aunque veo perfectamente y oigo todo lo que pasa alrededor, esta impotencia me está consumiendo.
Acaba de entrar un médico. Con el rostro serio se acerca a mí. Saca una linternita del bolsillo y me enfoca directamente. Primero un ojo, luego el otro. La luz me quema, pero no puedo parpadear. El medico se aleja. Dos enormes esferas luminosas ocupan casi todo mi reducido campo de visión. Creo que unas lágrimas inundan mis ojos, no estoy seguro, pero me siento mejor. Poco a poco empiezo a ver bien, aunque no hay nadie que pueda ver mis lágrimas. Se secan. Creo que vuelvo a perder el conocimiento. Es como si me quedara dormido con los ojos abiertos.