Érase una vez, en una pequeña aldea rodeada de un frondoso bosque, en la
que vivía una preciosa niña de ocho años llamada Leila.
Leila era la más pequeña de cinco hermanos. Sus padres, humildes
agricultores y trabajadores infatigables con una pequeña y modesta casa como
única propiedad, no podían dar a sus hijas todo lo que querían, ya que con lo
poco que ganaban, apenas tenían para un plato en la mesa.