30 de octubre de 2015

La madre loba.

La camada de tímidos lobeznos salió a descubrir el mundo que les rodeaba. Ajenos a lo que les había tocado vivir a sus progenitores, no tardaron en entregarse al juego sobre la manta de hojas que cubría el húmedo suelo otoñal.

Cuatro largos años habían tardado, batida tras batida, en acabar con aquellos miserables animales. Santiago, el famoso cazador que había llegado de las montañas del norte contratado como una auténtica estrella en la extinción de lobos, estaba satisfecho. Ganaría un buen pellizco y además, había ayudado a la comunidad exterminando al último lobo sobre la tierra. Se le había resistido, pero después de varios días de acoso pudo abatirlo de un disparo certero. Ahí comenzó su calvario.
El respetable, a la par que alocado Gabriel, un viejo del lugar totalmente en contra de la matanza y al que todos conocían como El chamán del bosque, le advirtió cuando portaba el sangrante trofeo en el remolque de su camioneta: "acabas de vender tu alma a Satanás. Ya nada será igual, jamás descansarás y la madre loba te atormentará cada día de tu triste vida".
Santiago, lo miró con desdén, pero sus profundas ideas religiosas le hicieron sentir un pinchazo al escuchar al melenudo y arrugado personaje. Por suerte para él, no tardó en olvidar al viejo, ya que uno de los cazadores locales se le acercó entre risas para hacerle entender con un gesto, que el pobre anciano estaba loco.
Esa misma noche comenzaron las pesadillas en las que una enorme loba parda, alentada por Gabriel, le perseguía hasta devorarlo. Noche tras noche, en cuanto cerraba los ojos, las enormes fauces de la madre loba desgarraban sus entrañas. El insomnio lo llevó a la depresión y ésta sumada al consumo de alcohol, a ir perdiendo la cordura. Algunas veces creía ver los brillantes ojos de la loba centelleando en la oscuridad de su casa. Semanas después de acabar con el último lobo, apenas quedaba nada del fortachón leñador del norte que había llegado con aires de grandeza portando un fusil al hombro. Una noche tuvo un sueño revelador y aunque su estado era lamentable, no dudó en coger la camioneta y volver al sitio en el que todo empezó. 
No se extrañó al ver que Gabriel lo estaba esperando en la puerta de su cabaña. Los dos hombres no dijeron palabra alguna durante el trayecto que les condujo a través del frondoso bosque hasta el comienzo de una pequeña montaña granítica salpicada de oquedades y pequeños arbustos. Llegaron cuando la sombra ganaba la batalla a los últimos reflejos del sol. El viejo encendió una hoguera y ante la atenta mirada de Santiago, que por instantes parecía recobrar la razón, sacó algo de comida. Se sentaron al abrigo del fuego y comieron.
¿Qué tengo que hacer? se decidió a preguntar el leñador con voz temblorosa.
Ya no puedes arreglar lo que hiciste, pero puedes reconciliarte con ella dejándola que cumpla su misión. Debes ayudarla, solo así podrás descansar contestó el viejo chamán mirándole con dureza.

Unos minutos después apareció una enorme loba parda. Excepto por su delgadez, era idéntica a la de las pesadillas. En su panza se adivinaba que estaba preñada y aunque seguramente llevaba mucho tiempo sin comer, el imponente y majestuoso porte de su presencia aterrorizó a Santiago, que retrocedió unos pasos. El animal se acercó al asesino de su compañero con el hocico arrugado y mostrando sus desafiantes colmillos. Lo olfateó dando una vuelta a su alrededor y después se alejó muy lentamente. Santiago miró a Gabriel y fue cuando comprendió cuál era el sacrificio que debía hacer para alcanzar la paz, era parte de la misión de la loba. El viejo asintió tímidamente. Su rostro ya no expresaba tanta dureza, de hecho, mostraba una cálida sonrisa.

La loba empezó la ascensión por la rocosa montaña. Cuando había subido la mitad, echó un vistazo atrás, el leñador la seguía decidido. Pronto estarían en su guarida y todo acabaría.

Vicente Ortiz Guardado
30-10-15
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