Esto no es más que una serie de palabras enlazadas que dan forma a las pequeñas historias que deambulan por mi cabeza.
14 de enero de 2013
11 de enero de 2013
Miedo y sorpresa.
Cuando
las campanas de la catedral anunciaron las dos de la madrugada, Emilio salió de
casa. Estaba tranquilo y seguro de que encontraría algo que diera un giro al
misterio de aquel hombre y por su puesto si las cosas iban bien, a su vida y las
de Meme y Antonio. La calle estaba desierta, y sin esfuerzos saltó la verja
para dirigirse a la puerta de la bodega. La puerta era bastante vieja, de ella
colgaba un modesto candado que no parecía un gran sistema de seguridad para guardar algo importante. Emilio usó el consejo de Antonio y con sólo calentar un poco
el candado con el mechero, éste como por arte de magia saltó sin que hiciera
falta golpearlo. Entró cerrando la puerta tras de sí. Tardó un rato en
acostumbrarse a la oscuridad.
Allanamiento, fetichismo y psicopatía.
Las medidas de
seguridad de la vivienda eran penosas. Una vez dentro, se puso unos finos
guantes, y con la más absoluta profesionalidad empezó a registrar todos los
cajones sin desordenar las cosas, ella no debería saber nunca que había estado
en su casa. Con suerte, cuando echara en falta los documentos, ya habrían
pasado unos días, tal vez unos meses. No encontró nada. Siguió por las
estanterías del pasillo y del comedor. Nada. Tampoco en las habitaciones. Pensó
que tendría una caja fuerte, pero tampoco encontró nada tras los cuadros y
muebles. Finalmente abrió cada mueble de la cocina. Cuando ya estaba a punto de rendirse
vio que bajo un paquete de galletas asomaba un sobre marrón como el que vio
días atrás. Consultó la hora, aún tenía un buen rato hasta que Eloísa volviera.
Odio, egoísmo y furia.
El
taxi paró a las afueras del pequeño pueblo. Agustín y Sandra bajaron aliviados.
Poner los pies en casa les daba tranquilidad, atrás quedaba Coria para siempre,
mientras pudieran no irían jamás a esa ciudad de tan malos recuerdos para ambos.
La chica empezó a caminar en dirección a su
casa, mientras, su hermano se hacía cargo de pagar la carrera para luego
seguirla. Sandra se paró pensativa al principio de su calle. Aunque la fila de
pequeñas edificaciones hacía una ligera curvatura, al fondo se veía destacada
la casa de sus padres.
Tristeza, emoción y decepción.
Eva
se secó las lágrimas con un pañuelo que manchó de maquillaje, se giró al cabo
de unos segundos para ver marchar a Emilio, pero Emilio ya no estaba. De repente
empezó a notar como su corazón latía con fuerza, casi se le salía del pecho. Tenía
otra oportunidad.
En
la tranquilidad de la noche que ya tocaba a su fin se adentró en la casa. La
puerta estaba abierta como siempre, todo estaba como lo recordaba. Ya estaba
cerca de él, pero no sabía como tenía que actuar. Los nervios le hicieron tener
una extraña sensación de inseguridad, pero la emoción por volver a ver a su
gran amor era más fuerte.
Sexo virginal y amor imposible
Esa
misma noche, mi puerta sonó. Me levanté de la silla donde leía mi viejo diario
y me quedé de piedra al abrirla. Catalina había venido a verme en persona. No
estoy seguro si en ese momento quería verla o no, pero estaba tan guapa como la
última vez que la vi.
―Hola
Samuel ―Dijo triste mirándome fijamente a los ojos.
―Hola
Catalina, ¿Qué quieres? ―Le pregunté sin rodeos.
―Tenemos
que hablar, mereces una explicación ―Dijo con los ojos vidriosos.
―Pasa
dentro ―Le dije mientras le ofrecía una silla.
3 de enero de 2013
Lágrimas.
No estoy seguro qué ha pasado. Sólo
recuerdo un coche chocando frontalmente. Después, todo ha sido como una especie
de sueño que no recuerdas bien al despertar. Una nebulosa de flashes con
imágenes lejanas.
Soy consciente de que algo grave me
ha pasado. No puedo moverme ni hablar, tampoco siento dolor y aunque veo
perfectamente y oigo todo lo que pasa alrededor, esta impotencia me está
consumiendo.
Acaba de entrar un médico. Con el
rostro serio se acerca a mí. Saca una linternita del bolsillo y me enfoca directamente.
Primero un ojo, luego el otro. La luz me quema, pero no puedo parpadear. El medico
se aleja. Dos enormes esferas luminosas ocupan casi todo mi reducido campo de
visión. Creo que unas lágrimas inundan mis ojos, no estoy seguro, pero me
siento mejor. Poco a poco empiezo a ver bien, aunque no hay nadie que pueda ver
mis lágrimas. Se secan. Creo que vuelvo a perder el conocimiento. Es como si me
quedara dormido con los ojos abiertos.
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