21 de marzo de 2014

María

Llevaba meses observándola y aunque cada noche era casi igual a la anterior, no podía arrancarla de su pensamiento en todo el día. Era excitante. Se ponía nervioso esperando tras la cortina y, cuando aparecía ella, justo frente a él, tan cerca pero a la vez tan lejos, se sentía feliz.
A ella parecía importarle poco que la vieran, tampoco hacía nada malo. Él deseaba ser el único que la espiaba, pero, ¿estaba mal lo que hacía?, ¿sabría que la miraba cada noche? Eso no importaba, en los minutos que duraba “el encuentro” era el hombre más afortunado del mundo y no quería pensar en un rechazo si ella se sintiera observada, por eso se escondía bien, porque aunque algunas veces ella se quedaba mirando fijamente a su ventana y él había estado a punto de asomarse para saludarla, en el fondo no se atrevía, se conformaba con verla tras el escudo contra la timidez que le daba la cortina. Ojalá fuera tan lanzado como el vecino de su rellano que siempre andaba con unas y otras.
 Aquella mujer desprendía sensualidad en cada movimiento y en cada gesto. Incluso cuando sacaba un cigarrillo del bolso con aquellos largos y delgados dedos interminables y se lo ponía entre sus labios gruesos dando una calada o cuando se apartaba el pelo que se agitaba delante de su cara y se lo sujetaba tras una oreja dejando al descubierto su estilizado cuello.
No sabía su nombre, pero había decidido llamarla María. María era una mujer de unos cuarenta años. Bien proporcionada y con aspecto juvenil, aparentaba menos edad. Pero en su mirada se adivinaba a una mujer con experiencia en la vida, culta e independiente. Sus rasgos marcados nunca pasaron inadvertidos en él. Aquellos pómulos prominentes, su larga melena negra, sus carnosos labios, sus arqueadas y bien perfiladas cejas, su barbilla redonda y una mirada tierna e inocente le habían enamorado desde el primer día que la vio en el balcón, además, aquel día llevaba un escotado vestido blanco que dibujaba unas deseadas y firmes formas casi perfectas dejando prácticamente al descubierto sus pechos.   
Para su desgracia, hacía varias noches que no leía y eso quería decir que pronto volvería a entrar en su piso. Cuando salía con un libro, solía sentarse cruzando sus bronceadas piernas en una pequeña hamaca de mimbre. Encendía un pequeño flexo y podía pasarse horas leyendo. Él fijaba su mirada en los gestos que veía en ella, gestos que le indicaban lo triste, interesante o decepcionante que era lo que leía.

Ya no sabía qué hacer para llamar su atención. Lo había intentado todo; maquillada, sin maquillar, mirándole fijamente, incluso con escotes de vértigo o sin sujetador, a oscuras para que solo intuyera su silueta o con luz. Su obsesión por aquel hombre de mirada triste había llegado tan lejos que sólo le faltaba presentarse en su casa y pedirle que la invitara a tomar algo. Pero el tiempo pasaba y no había respuesta. Tal vez fuera tímido, gay o ya estuviera comprometido. Que no le gustara no podía ser; ella gustaba a todo el mundo, incluso a las mujeres. Pero jamás se le había resistido nadie durante tanto tiempo, ella sabía cómo conquistar a los hombres, llevaba toda la vida seduciendo y consiguiendo que se rindieran a sus pies, y aunque algo decepcionada, la indiferencia que él mostraba lo hacía aún más deseable.
Era viernes y ya estaba oscureciendo, el momento justo para hacer una locura. Con un rotulador de punta ancha escribió algo sobre una cartulina rosa que dejó colocada estratégicamente para que fuese visible desde el piso al que miró mientras lanzaba un suspiro antes de volver al interior.
“Si te interesa, tendré la puerta abierta toda la noche” podía leerse desde el edificio de enfrente.

No podía creer lo que estaba viendo, por fin iba a tenerla entre sus brazos. Más clara no podía ser. Se arregló un poco y después de prepararse unas palabras mirándose en el espejo del baño, se decidió a salir a la calle. No hizo falta llamar al telefonillo; su portal estaba abierto. Subió nervioso hasta el quinto piso y cuando estaba frente a la puerta de su chica respiró profundamente. Sonrió. Luego tocó el timbre y esperó. Alguien abrió.

Hola dijo el vecino de su rellano asomando la cabeza.

Vicente Ortiz Guardado
Marzo 2014
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