13 de septiembre de 2019

Una ciudad que bullía dentro de otra que dormía.

Claro quedó enseguida que Cedric iba buscando otra cosa, cuando sorprendido, observé que mi buen amigo conocía muy bien la zona y tenía otros planes más atrevidos que ver alguna aburrida actuación de segunda. Eso despertó en mí cierta excitación controlada, aunque por otra parte me fascinaba comprobar que no conocía en profundidad a mi amigo tanto como pensaba. Como lo noté seguro y decidido, por otra parte, algo habitual en él, sin hacer preguntas me dejé llevar por las callejuelas de los barrios bajos y decadentes de una ciudad que bullía dentro de otra que ya dormía. Animado por el licor de varios de sus locales, bien entrada la madrugada, atravesamos calles en penumbra por las que deambulaban abundantes personajes desaliñados y borrachos. En algunas esquinas, vociferaban corrillos de hombres muy bien vestidos que parecían tratar asuntos con pícaros que reían de forma estridente al cobrar el dinero que éstos le ofrecían a cambio de quién sabe qué.
Al llegar al embarcadero, el soniquete de un ir y venir de almas se mezclaba con los licenciosos comentarios de jóvenes muchachas ligeras de ropa que alquilaban su existencia al mejor postor. Una de ellas, de piel morena y largo pelo negro, me miró fríamente en silencio con sus maquillados ojos centelleantes. No puede evitar contemplarla con una mezcla de admiración por su belleza y de pena por su suerte. Cuando llegué a su altura, de entre las sombras surgió un descarado fortachón mostrando un bastón metálico. Sin tiempo de reacción, mi amigo me tomó del brazo y me llevó a la otra parte de la calle caminando deprisa mientras me susurraba que, una regla no escrita de la noche era que, si no estaba dispuesto a pagar por una compañía femenina, tampoco podía mirarla. De no haber sido por la efímera valentía que acompaña a los efectos del licor, habría obligado a mi amigo a salir cuanto antes de aquel averno, sin embargo, aquel incidente me envalentonó al sentir la misma curiosidad de un niño que está empezando a descubrir la realidad de la vida.
―Allí es, Brandon ―indicó Cedric con una mano mientras con la otra me alentaba a aminorar aún más el paso―, no lo olvidarás jamás.

Seguí sin preguntar, simplemente me abandoné a su voluntad caminando torpemente por una calle que ascendía y descendía entre charcos y suciedad. Al llegar a una zona llana, donde el húmedo empedrado reflejaba la tímida luz de la luna, cruzamos un puente de tres arcos de hierro y pasamos junto a un grupo de hombres que discutía de forma acalorada. Continuamos en silencio hasta la puerta del tugurio escogido, donde Cedric, saludó a un hombre calvo y achaparrado que llevaba la camisa desabrochada y manchada de algo parecido a un vómito reciente. No sé cuánto pagó por nuestra entrada, pero a pesar de la lobreguez del lugar y de su disimulo, pude ver cómo Cedric le introducía unos billetes en el bolsillo de la sucia camisa al rechoncho portero que contestó abriéndonos paso con una socarrona carcajada.
En el opresivo interior no había mucha más luz que en la calle. Sobre cada zona tenuemente iluminada por una vela a medio consumir, se alzaba una inmensa nube de humo que inundaba lo que parecía un viejo taller o negocio en el que habían improvisado, sin muchas exigencias, aquella maloliente taberna. Tumbados en unos mugrientos colchones de lana sucia, varios hombres de ojos vidriosos fumaban opio embarcados en un viaje laberíntico a los confines de la fantasía. Otros saltaban y gritaban con gestos desquiciados en un frenesí enfermizo mientras daban empujones o caían sobre los hombres que ya estaban en el suelo. El olor: mezcla de botica, bodega y cuadra, penetraba en la nariz haciendo que los ojos lloraran y picara la garganta. Muy lejana, la melodía de un tocadiscos que giraba tras una espesa cortina negra en la parte trasera del establecimiento, llegaba vaporosa en forma de sonido entrecortado por el ruido de los parroquianos.
Cedric, sonrió ladeando con gracia su mentón en una especie de saludo que llamó la atención del hombre, que tras el mostrador nos miraba de soslayo con unos ojos que se me antojaron sin párpados ni pestañas. El extraño camarero, con cierta dificultad y anormales movimientos, dio media vuelta girando sobre uno de sus pies para coger de la minúscula estantería dos pequeños vasos de cristal. Alto, delgado, canoso, con el rostro apergaminado y mirada de desequilibrado, el hombre abrió una botella cuando mi amigo se acercó al mostrador y posó uno de sus codos. El loco asintió mostrando una sonrisa cómplice y sirvió su variado brebaje.  Bebimos. Era la primera vez en mi vida que tomaba un láudano como aquel, pues anteriormente solo lo había ingerido en forma de jarabe medicinal, pero al tercer vaso creí alcanzar el nirvana. Mis miedos y problemas desaparecieron por arte de magia, dando paso más tarde a un estado de letargo semiconsciente donde el mundo flotaba a mi alrededor en un baile místico que invitaba al olvido de toda una vida de traumas y miedos estúpidos.
Pasado un lapso imposible de calcular, mi buen amigo desapareció un instante, para volver más tarde con una larga pipa. Una vez más, me tomó del brazo y me dejé llevar. En uno de los resguardos del local, a modo de guarida, dos hombres de mirada inexpresiva y boca entreabierta, se levantaron a nuestra llegada, cediéndonos el espacioso diván de madera donde seguramente habían estado fumando opio junto a la lámpara. Me tumbé intentando amoldar la espalda al escaso acolchado. Fumé. Una vez más, no sé cuánto tiempo pasó, solo recuerdo que cuando Cedric intentó tumbarse a mi lado, a duras penas me puse en pie para dejarle todo el diván. Tras levantarme, sentí una punzada brusca en la tripa, que me hizo encoger. Él sonreía acomodado sin soltar la pipa. Temiendo vomitarle encima, intenté dar unos pasos, aún con cierta energía, pero entonces llegó el descenso a los infiernos y creí perder el conocimiento al trastabillar y caer. Desde el suelo pude ver a otros que dormitaban a mi altura.
El eco remoto del tocadiscos pareció amplificarse a la vez que todo en torno a mí oscilaba de manera brumosa, como si el humo se tragara la materia sólida y lo transformase durante su ciclo en algo inmaterial o gaseoso.

Extracto de una historieta que estoy escribiendo y algún día terminaré.
Registrado en Safe Creative con el código 1909131921668
Septiembre de 2019.

7 de septiembre de 2019

Podcast del relato "la ventana"

Relato escrito por Vicente Ortiz, narrado y editado por La Nebulosa Ecléctica.
Puedes escuchar más audio relatos desde la pestaña Podacast en la parte superior del blog, en la lista de reproducción en Ivooxo si prefieres mayor calidad de sonido, puedes escuchar o descargar este audio en Mega.

21 de mayo de 2019

Turbadoras miradas.



Queridos oyentes, muchas gracias por vuestro apoyo y paciencia con esta humilde locutora que tanto disfruta narrando grandes y pequeñas historias. Sé que no es propio de mí ausentarme tanto tiempo del micrófono, y pido disculpas por ello, pero recientemente he pasado por algo muy desagradable, y he preferido tomarme un descanso. Sinceramente, no me veía con fuerzas de grabar algo que bajara la calidad del programa por culpa de mi estado anímico y, aunque ya me siento mejor, y espero volver a retomar pronto la dinámica de trabajo habitual, hoy vais a tener que perdonar que me salte mi propio guion. Aunque sólo sea por esta vez, necesito detallar algunos sucesos que, sin pretenderlo, he vivido en mis propias carnes. Sentir que estáis al otro lado escuchando creo que me servirá como terapia de choque, por eso no podía dejarlo pasar. Encontraréis algunos paralelismos con las ficciones que nos gustan en este programa, o tal vez no, y llegaréis a creer que están extraídos de alguna serie o novela, sin embargo, os prometo que son tan ciertos como que me llamo Gina.
Antes de empezar, quiero que sepáis que no vais a oír efectos sonoros más allá de un poco de música de fondo. Si notáis que improviso o escucháis algún fallo, se debe a que estoy haciendo mi primer directo. Sí, como suena, no hay edición, repito: estoy en directo. Tal y como os adelanté en Twitter, he superado la vergüenza y podéis verme ahora mismo a través de YouTube. A los más de mil doscientos que ya estáis conectados, os mando un beso, que hago extensivo para los que escuchéis más tarde el podcast.
Confieso que he pasado unos días estresantes corrigiendo el texto, haciendo pruebas con la cámara y temiendo que a última hora me diera un ataque de ansiedad o algo así, pero la verdad es que me siento genial.
Antes de que se me olvide, aunque ya os he dicho que esta historia es real, me he tomado sutiles licencias adaptando algunos detalles o escenarios para hacerlo más novelesco. Para evitar conversaciones, lo he escrito para ser narrado en primera persona, pero siempre por separado desde el punto de vista de cada personaje y variando los tiempos verbales. No sé si habré acertado, vuestros comentarios me sacarán de dudas. Sin más, paso a relatar esta historia.
Que la disfrutéis.

25 de abril de 2019

Podcast del relato "Rosalía".

Relato escrito por Vicente Ortiz, narrado y editado por La Nebulosa Ecléctica.
Puedes escuchar más audio relatos desde la pestaña Podcast del blog, o directamente en IVoox. Si prefieres mayor calidad de sonido, puedes escuchar o descargar el audio en Mega.

11 de abril de 2019

27 de marzo de 2019

Promo Turbadoras miradas.

Vídeo promocional del relato Turbadoras miradas, escrito en exclusiva para el podcast de Olga Paraíso, Historias para ser leídas.
Puedes seguir el trabajo de Olga en YouTube en Twitter y en Ivoox.



24 de febrero de 2019

20 de febrero de 2019

Aguas oscuras.

Vídeo realizado a partir de unas fotos y el relato "aguas oscuras" escrito por Vicente Ortiz. 
Narración y edición de audio por La Nebulosa Ecléctica.


11 de febrero de 2019

1 de febrero de 2019

El faraón desconocido.

C
on esta carta de despedida, sólo quiero pedir perdón y dar a conocer unos hechos que vivió mi abuelo materno hace muchos años y que, por desgracia, se han repetido. Su historia la contó en el lecho de muerte, y, aunque yo era un niño, jamás he olvidado sus palabras. Mi madre, seguramente queriendo protegerme, le quitaba importancia diciendo que el viejo estaba loco y que vivió obsesionado y en perpetuo pavor intentando hallar respuestas a su paranoia. ¡Pobre incomprendido! Sólo yo conozco la fortaleza que demostró para llegar a anciano soportando tanto sufrimiento mientras luchaba contra el mal que poseía el objeto que lo hizo caer en desgracia. No guardo rencor a mi desdichada madre, al contrario, sé que su vida no fue sencilla, subsistió menospreciada, al igual que mi abuela, por pertenecer a un seno familiar extravagante para los cánones morales y cívicos que se suponían correctos. Sin contacto con las personas que nos rodeaban, nos mudábamos constantemente de ciudad en cuanto aparecía un ápice de relación social. Entonces no lo entendía, pensaba que todo correspondía al comportamiento corriente de una madre soltera de la época que tenía que criar a su hijo y cuidar de un padre enfermo sin poder permitirse otra cosa que no fuera trabajar y mantener una mínima ilusión de cordura en el hogar. Al madurar comprendí que ella sólo quería alejarme del estigma y el caos que le tocó vivir.
Cuando el abuelo Smith se fue para siempre, mi madre temió que yo acabara como él. No se confundió. A pesar de su protección, nada pudo hacer cuando él, sin pretenderlo, como si de una herencia macabra se tratara, me pasó el testigo de un trastorno que se dejaba adivinar en mi curiosidad morbosa por investigar su pasado. Aún era un adolescente cuando ella también partió. Con el tiempo, mis indagaciones se convirtieron en una obsesión febril de auténtica pesadilla. Después de examinar durante años sus pertenencias, manuscritos y recortes de prensa, me dediqué a viajar en busca de las más recónditas bibliotecas, a profundizar en oscuras sociedades secretas, a vagabundear en un mundo paralelo de sustancias psicotrópicas y a acercarme a líderes de tenebrosas sectas. Fueron años de confusión que me hicieron comprender finalmente que, cuanto más me acercaba a los misterios de mi abuelo, más me enredaba en su mismo desconcierto enfermizo.  
Descubrí que cometió, producto del poder maligno que lo manejaba de forma semiinconsciente, unos horribles crímenes que marcaron su tormentosa vida. Cuando supo de sus actos, se convirtió en un ser extraño e infeliz que, por suerte, pudo combatir el resto de sus días contra esa fuerza que siempre lo acompañó. Por desgracia yo no soy tan fuerte. Tardé en darme cuenta del dominio que ejercía sobre mí, pero, aunque ya es tarde y no puedo devolver la vida a quien se la arrebaté, ni enmendar el daño que a tantos he infringido, hoy pondré fin al laberinto aterrador en el que me encuentro y que me ha llevado a vivir experiencias que asustarían al místico más osado.