24 de febrero de 2017

Hellville

1. El investigador.
El antiguo oficial de Scotland Yard dejó atrás el edificio de las nuevas dependencias policiales en silencio y negando con la cabeza. Tenía un solo día para contestar y no ayudaban las formas en las que se había solicitado su colaboración. Como necesitaba estar a solas y meditar la respuesta que debía darle a Daniel, bajó caminando despacio por Victoria Embankment. Al llegar al Támesis, encendió un cigarrillo mirando a los trabajadores que remataban las obras del nuevo alcantarillado.  
Charles Moore era un hombre serio y educado que alcanzaba la cincuentena, pero por su físico no aparentaba más de cuarenta años. Alto y a pesar de su amplia espalda, lucía una figura delgada, casi escuálida. Con el pelo largo, totalmente rasurado y con las patillas más cortas de lo que dictaba la moda, nadie diría que había pasado más de media vida trabajando en la policía de Londres.
Le irritaba sobremanera que sus antiguos colegas recurrieran a él ahora que trabajaba por su cuenta. Pero lo que más le había indignado de aquella cómica reunión, fue que Lord Howard, un viejo ricachón, y Albert, su inseparable hombre para todo, quisieran participar en el caso. Dónde habían quedado la metodología y la discreción con la que tan buenos resultados en el pasado habían hecho del cuerpo un ejemplo envidiado por todas las policías de Europa. Estaba cansado de que lo citaran para asesorar o dar un punto de vista diferente al de sus investigadores y a pesar de que pagaban bien, casi siempre se negaba o buscaba alguna excusa aludiendo que tenía mucho trabajo. Para su desgracia, esta vez, el oficial de mayor rango con el que habló, era un viejo conocido de nombre Daniel, con el que había compartido demasiados años de experiencias. Se conocían bien y le costaba negarse cuando éste era quién le pedía ayuda. Por su expresión, gestos o Dios sabe qué, el veterano oficial sabía perfectamente si a Charles le interesaba un caso y entonces lo presionaba hasta convencerlo.

En reiteradas ocasiones le había dejado clara su opinión sobre el caso de William, el médico desaparecido, pero la influencia de altas esferas estaba poniendo contra las cuerdas al cuerpo y de ahí su insistencia para que les ayudase. Demasiada gente adinerada se había preocupado por la desaparición del galés, uno de los personajes más ilustres desde que se trasladó a Winchester. El caso era interesante y muy bien remunerado, pero que dos civiles con ganas de aventura formaran parte de la investigación, no ayudaba en absoluto y por eso había hablado con contundencia ante las miradas inquisitorias del viejo Lord Howard y Albert, su ayudante. Finalmente aceptó el caso, aunque lo haría a su manera y compartiendo solamente lo estrictamente necesario. Si llegaba el caso, daría pistas falsas para que los dos patanes no entorpecieran sus pesquisas. A él le gustaba trabajar en solitario.

17 de febrero de 2017

El duende malo y el mago bueno.

Érase una vez, en un país muy muy cercano en el que quince niños entraban al cole como cada mañana. Habría sido un día normal y corriente si no fuera porque en pleno recreo, Adolfo, un extraño hombrecillo vestido de llamativo y alegre colorido, al que solamente los niños podían ver, les dijo que en la hora del recreo del día siguiente lo acompañaran para tener una gran aventura, eso sí, deberían guardar el secreto porque los mayores no entendían nada de nada. A pesar de que aquel personaje no tenía muy buenas pintas, por alguna razón, quizá mágica, los niños no dudaron en urdir un plan.
Cuando Merycar, la maestra, no miraba, iban diciéndose cosas al oído y discutiendo cómo lo harían.
Bruno, Nico, Nahiara y Carmen pronto se pusieron de acuerdo con Jorge, Asiel, María y Manuela. Yoel, Silvia y Lucía al principio no terminaban de verlo claro, pero cuando Diana Marcela, Naila, Gabriela y Carla se apuntaron, no dudaron en unirse al grupo.