22 de noviembre de 2014

Mesa para cuatro.

REC. Son las tres y diecisiete minutos del viernes veintiocho de noviembre. Junto al equipo V, acabo de entrar en la vivienda. La policía ya nos ha dejado libre el terreno y vamos a empezar. La primera impresión es escalofriante; no sólo por el desorden, sino por el nauseabundo olor a carne en descomposición. Me indican que los cuerpos están sobre la cama del dormitorio principal. Me cubro la cara con una mascarilla; el olor es inaguantable. Me acerco a los cuerpos para hacer el primer examen. La chica yace bocarriba, está totalmente desnuda y por su aspecto no debe pasar de los veinticinco años. El chico está en posición fetal, diría que es algo mayor, pero no mucho más, también está desnudo. La cama está cubierta de sangre seca. La joven muestra un profundo corte en su garganta y la amputación parcial de sus senos. Su pareja presenta un corte aún más profundo, tiene casi seccionada la cabeza. También puede apreciarse un fuerte traumatismo en el lado derecho del cráneo.
Me dicen que los objetos de valor siguen en la vivienda, provisionalmente descartamos el móvil por robo. Creo que aquí no podemos hacer mucho más y voy a dar orden de que trasladen los cuerpos para que les practiquen la autopsia, pero me temo que la historia se repite. Ya son cuatro jóvenes parejas brutalmente asesinadas en menos de un mes. En los cuatro casos a las chicas les han amputado parte de sus pechos y excepto en éste, los barones han sido decapitados. Estamos ante un despiadado asesino en serie fetichista. STOP.

¡Merino! grita enérgicamente Expósito, que se acerca a mi despacho con unos papeles.
Lo que ya sabíamos, ¿verdad? pregunto sabiendo la respuesta.
Efectivamente ―me contesta con gesto serio, a los chicos de anoche no se les han encontrado tóxicos, llevan una semana tiesos, y eran una pareja común sin antecedentes ni deudas. Como en los otros casos, también estaban solteros.
¿Y la chica? ¿Estaba embarazada también?
Sí, otra oveja descarriada contesta casi con desprecio.
―¡No empecemos, Expósito! levanto la voz con autoridad.
―Lo siento jefa, pero no entiendo a estos jóvenes que deciden tener familia sin estar casados, sólo eso, traer una vida a este mundo no es un juego de niños.
―¡Céntrate en el caso, por favor! Tus creencias, guárdatelas.
En ese momento decido terminar con la reunión. Expósito es uno de mis mejores hombres, pero es una persona tan cerrada en su credo que ve todo inmoral. Aún me pregunto cómo decidió dedicarse a este trabajo. Me estoy arrepintiendo de haber aceptado ir a cenar esta noche a su casa, de no ser porque nos acompañan Molina y Monzón, me habría inventado cualquier excusa para perderle de vista.


Molina acaba de pasar a buscarme y también va cargada con una botella de vino tinto. Al final las dos acabaremos como la última vez, pero mañana todo el equipo tiene el día libre y merece la pena estar con los compañeros en un ambiente distendido fuera de lo que vemos a diario en el trabajo.

No sé si creer que Expósito ha cocinado lo que hay sobre la encimera de la cocina, pero eso es lo de menos, el tío se lo ha currado y todo tiene una pinta exquisita, además, en la mesa ha cuidado hasta el último detalle. Aunque a él se le nota menos que a Monzón, por lo que parece, llevan ya un buen rato dándole al vino.
Para mi sorpresa, la cena está siendo de lo más agradable, todo son bromas y risas. Por suerte nadie ha comentado nada del trabajo, cosa que se agradece.
No me explico cómo ha ocurrido, pero Expósito estaba contando una anécdota con su famosa y sobreactuada gesticulación habitual y se ha caído dándose un buen golpe con la silla de Molina. Todos estamos acostumbrados a ver sangre casi a diario, pero la situación se ha vuelto tensa cuando ha perdido unos segundos el conocimiento.
Ahora vuelve en sí y aunque su ceja no para de sangrar, parece que responde y sonríe para quitar tensión.  ¡Vaya susto nos hemos llevado!
Mientras mis compañeros lo atienden voy a por hielo. ¡Menuda nevera se gasta! ¡Y está a rebosar de alimentos! Si viera la mía… Algo nerviosa abro el congelador. Bajo una enorme fiambrera con carne hay una bolsa llena de cubitos hielo. Tiro de ella para sacarla, pero mi torpeza y el efecto del vino hacen que la fiambrera caiga al suelo haciendo saltar la tapa por los aires. Cuando voy a cerrarla, Expósito entra por la puerta de la cocina con una servilleta en la frente y cara de pocos amigos.
―Perdona ―le digo para disculparme―, no se ha roto. ¿Estás bien?
Él no contesta, se limita a acercarse mirando cómo le paso la bolsa de hielo, puede que el golpe le haya afectado.
Después le doy la espalda para guardar la carne en el congelador y es cuando siento un tremendo golpe en mi cabeza. Caigo al suelo sin entender qué está pasando, creo está trastornado y que me ha sacudido con la bolsa de hielo. Con violencia me posa una de sus pesadas botas en la espalda.  Sigue sin decir nada, pero ahora da igual, ya lo entiendo todo.
Justo cuando mis compañeros lo están reduciendo, descubro horrorizada que en el interior de la fiambrera hay varios pezones congelados.

Vicente Ortiz Guardado
22-11-14
Dedicado a todo el equipo  V  de la rosa de los vientos. 
Código de registro de derechos de autor en Safe Creative: 1805257184539

       

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