REC. Son las tres y diecisiete minutos del viernes veintiocho de noviembre.
Junto al equipo V, acabo de entrar en
la vivienda. La policía ya nos ha dejado libre el terreno y vamos a empezar. La
primera impresión es escalofriante; no sólo por el desorden, sino por el
nauseabundo olor a carne en descomposición. Me indican que los cuerpos están
sobre la cama del dormitorio principal. Me cubro la cara con una mascarilla; el
olor es inaguantable. Me acerco a los cuerpos para hacer el primer examen. La
chica yace bocarriba, está totalmente desnuda y por su aspecto no debe pasar de
los veinticinco años. El chico está en posición fetal, diría que es algo mayor,
pero no mucho más, también está desnudo. La cama está cubierta de sangre seca.
La joven muestra un profundo corte en su garganta y la amputación parcial de
sus senos. Su pareja presenta un corte aún más profundo, tiene casi seccionada
la cabeza. También puede apreciarse un fuerte traumatismo en el lado derecho
del cráneo.
Me dicen que los objetos
de valor siguen en la vivienda, provisionalmente descartamos el móvil por robo.
Creo que aquí no podemos hacer mucho más y voy a dar orden de que trasladen los
cuerpos para que les practiquen la autopsia, pero me temo que la historia se
repite. Ya son cuatro jóvenes parejas brutalmente asesinadas en menos de un
mes. En los cuatro casos a las chicas les han amputado parte de sus pechos y
excepto en éste, los barones han sido decapitados. Estamos ante un despiadado asesino
en serie fetichista. STOP.
―¡Merino! ―grita enérgicamente Expósito, que se
acerca a mi despacho con unos papeles.
―Lo que ya sabíamos, ¿verdad? ―pregunto sabiendo la respuesta.
―Efectivamente ―me
contesta con gesto serio―, a los chicos de anoche no se les han encontrado tóxicos,
llevan una semana tiesos, y eran una
pareja común sin antecedentes ni deudas. Como en los otros casos, también estaban solteros.
―¿Y la chica? ¿Estaba embarazada también?
―Sí, otra oveja descarriada ―contesta casi con desprecio.
―¡No empecemos, Expósito! ―levanto la voz con autoridad.
―Lo siento jefa, pero no entiendo a estos
jóvenes que deciden tener familia sin estar casados, sólo eso, traer una vida a
este mundo no es un juego de niños.
―¡Céntrate en el caso, por favor! Tus
creencias, guárdatelas.
En ese momento decido terminar con la reunión.
Expósito es uno de mis mejores hombres, pero es una persona tan cerrada en su credo
que ve todo inmoral. Aún me pregunto cómo decidió dedicarse a este trabajo. Me
estoy arrepintiendo de haber aceptado ir a cenar esta noche a su casa, de no
ser porque nos acompañan Molina y Monzón, me habría inventado cualquier excusa
para perderle de vista.
Molina acaba de pasar a buscarme y también va
cargada con una botella de vino tinto. Al final las dos acabaremos como la
última vez, pero mañana todo el equipo tiene el día libre y merece la pena
estar con los compañeros en un ambiente distendido fuera de lo que vemos a
diario en el trabajo.
No sé si creer que Expósito ha cocinado lo que
hay sobre la encimera de la cocina, pero eso es lo de menos, el tío se lo ha
currado y todo tiene una pinta exquisita, además, en la mesa ha cuidado hasta
el último detalle. Aunque a él se le nota menos que a Monzón, por lo que parece,
llevan ya un buen rato dándole al vino.
Para mi sorpresa, la cena está siendo de lo
más agradable, todo son bromas y risas. Por suerte nadie ha comentado nada del
trabajo, cosa que se agradece.
No me explico cómo ha ocurrido, pero Expósito
estaba contando una anécdota con su famosa y sobreactuada gesticulación
habitual y se ha caído dándose un buen golpe con la silla de Molina. Todos
estamos acostumbrados a ver sangre casi a diario, pero la situación se ha vuelto
tensa cuando ha perdido unos segundos el conocimiento.
Ahora vuelve en sí y aunque su ceja no para de
sangrar, parece que responde y sonríe para quitar tensión. ¡Vaya susto nos hemos llevado!
Mientras mis compañeros lo atienden voy a por
hielo. ¡Menuda nevera se gasta! ¡Y está a rebosar de alimentos! Si viera la
mía… Algo nerviosa abro el congelador. Bajo una enorme fiambrera con carne hay
una bolsa llena de cubitos hielo. Tiro de ella para sacarla, pero mi torpeza y
el efecto del vino hacen que la fiambrera caiga al suelo haciendo saltar la
tapa por los aires. Cuando voy a cerrarla, Expósito entra por la puerta de la
cocina con una servilleta en la frente y cara de pocos amigos.
―Perdona ―le digo para disculparme―, no se ha
roto. ¿Estás bien?
Él no contesta, se limita a acercarse mirando
cómo le paso la bolsa de hielo, puede que el golpe le haya afectado.
Después le doy la espalda para guardar la
carne en el congelador y es cuando siento un tremendo golpe en mi cabeza. Caigo
al suelo sin entender qué está pasando, creo está trastornado y que me ha sacudido
con la bolsa de hielo. Con violencia me posa una de sus pesadas botas en la
espalda. Sigue sin decir nada, pero ahora
da igual, ya lo entiendo todo.
Justo cuando mis compañeros lo están
reduciendo, descubro horrorizada que en el interior de la fiambrera hay varios
pezones congelados.
Vicente Ortiz Guardado
22-11-14
Dedicado a todo el equipo V de la rosa de los vientos.
Código de registro de derechos de autor en Safe Creative: 1805257184539
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