Lo abrió y una sonrisa maligna apareció en su rostro. Sacó el teléfono del bolsillo y llamó al jefe.
-Dame buenas noticias y dime que no
has tenido que matar a nadie –Dijo Juan José.
-No jefe, no he tenido que matar a
nadie. Ha sido muy complicado entrar, pero gracias a mi habilidad al final lo
he conseguido –Mintió–. Acabo de encontrar el famoso sobre, lo tengo en mis
manos. Son una serie de documentos en los que usted aparece. No se muy bien de
qué va, pero ya están en nuestro poder.
-Buen trabajo Alfonso, te lo
agradeceré cuando llegues con un dinerito extra. Ahora sal de ahí cagando
leches y que no te vea nadie.
-Ok jefe, a sus órdenes.
-Esos dos idiotas ya no nos darán más
problemas. Ahora llamo a Patricia y le digo que se encargue de pagar tus
gastos, espero que esta vez no hayas roto nada en el hotel.
-Me he portado muy bien, palabra
jefe –Contestó Alfonso, pero Juan José ya había colgado el teléfono.
Alfonso, que aún tenía un rato de
tranquilidad fue a la habitación de Eloísa, se quitó los zapatos para tumbarse
en su cama bocarriba sin manchar la colcha. Se la imaginó encima mientras miraba
a su alrededor y pasaba las manos suavemente sobre el colchón. No pudo
excitarse y violentamente se levantó tremendamente frustrado. Buscó los
zapatos, se sentó en el borde de la cama para calzarse, luego alisó la colcha.
Volvió a abrir los cajones. Como ya los conocía, esta vez se centró sólo en los
dos superiores de la cómoda, que era dónde Eloísa guardaba la ropa interior.
Sacó un sujetador negro semitransparente y se lo guardó en el bolsillo, luego
miró con la delicadeza que estaban colocadas las braguitas y cogió un tanga
blanco. Se quedó contemplándolo y lo olió. También se lo guardó en el bolsillo.
Cuando estaba a punto de cerrar el cajón, cogió otro sujetador, esta vez uno
blanco, que se puso encima de la ropa, se lo abrochó con asombrosa facilidad y
se miró en el espejo acariciando la zona hundida donde deberían estar los
pezones cuando su dueña lo llevaba. Se lo quitó y lo puso con cuidado donde
estaba, se preguntó si le quedaría mejor a Eloísa o a la zorra estrecha de
Patricia. Seguramente a Patricia, pero no le habría importado esperar a que
Eloísa llegara, desde luego le habría enseñado lo que es un hombre de verdad, ella
posiblemente habría disfrutado como nunca y él habría actuado con violencia
para saciarla, porque seguramente estaba muy necesitada. Él, le habría dado tanto
placer como dolor. Más del que ella imaginara y aguantara, pero si no estaba a
su altura o gritaba, tendría que matarla y entonces todo se complicaría.
Finalmente
el hombre salió sin dejar rastro de su visita, a excepción de sus trofeos y del
sobre con el dosier. Con un poco de suerte Eloísa no se enteraría de la
desaparición del sobre hasta pasado un tiempo, y la ropa interior posiblemente
no la echara en falta, ya que tenía una buena colección.
Vicente Ortiz Guardado
Extraído de "el toro del futuro".
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