8 de mayo de 2012

Dorothy.

Tan rara como en la sensación de un sueño en el que no puedes moverte rápido o hablar, así se sentía Dorothy avanzando por el sinuoso pasillo todo lo alerta que podía. A su derecha había una enorme puerta cerrada, siguió avanzando. Unos metros más adelante, vio otra puerta. Esta vez agarró el pomo, pero éste no giró. Casi a cámara lenta, echó un vistazo atrás para confirmar que seguía sola. Siguió andando. Conforme avanzaba la luz era más escasa y el olor más desagradable. Su cuerpo estaba tenso y su respiración empezaba a ser más irregular, pero tenía que saber la verdad. Algo terrible estaba pasando, además no sabía cómo había podido llegar hasta allí.
De repente sonó un golpe seco. Frenó, e instintivamente apoyó la espalda contra la pared. Como cuando de pequeña se tapaba con las mantas de su cama protegiéndose así de los miedos que le producían la oscura habitación de la casa de su abuela, sitió una leve sensación de seguridad. Miró a ambos lados. Seguía sola. El sonido volvió a repetirse, esta vez seguido de algo parecido a cuando se arrastra algo pesado. Venía de la planta baja. Presionó su frágil cuerpo con más fuerza sobre la pared, que era mullida. No pudo resistirse, y con las palmas de las manos tocó la vieja moqueta. La sensación rugosa le hizo separarse. Una vez en el centro del pasillo olió sus manos. Le recordó a una habitación cerrada, a una mezcla entre polvo y humedad, o simplemente a un lugar no ventilado desde hacía mucho.
Habían pasado muchos años desde que había superado el miedo a la oscuridad, pero seguía teniendo pesadillas en las que desde su cama, sentado en un viejo armario, un muñeco calvo la miraba fijamente. Ella se quedaba inmóvil durante mucho tiempo, sabía que en cuanto dejara de mirar al muñeco, éste con sus enormes pestañas parpadearía. Muchas veces la pesadilla variaba y el muñeco le dedicaba una siniestra sonrisa desdentada. Cuando despertaba, encendía todas las luces y volvía a la cama corriendo para taparse hasta la nariz. El miedo tardaba horas en desaparecer.
Respiró profundamente y decidió seguir avanzando. El pasillo terminaba haciendo una pequeña curva a la que le seguía una escalera con la barandilla de madera torneada. Apoyó su mano derecha en ella y empezó a bajar despacio. Las paredes estaban llenas de enormes cuadros en los que no podía distinguir que había. Conforme bajaba, la poca luz que procedía de la planta superior desapareció bajo sus pies. Cuando bajó el último peldaño se frenó para intentar orientarse mientras sus ojos se adaptaban. La oscuridad era casi absoluta, pero pudo distinguir algún mueble y una enorme mesa con sillas en lo que parecía un salón. Dio un paso corto, luego otro más largo. Hacía frío, mucho frío. Cruzó toda la estancia con sumo cuidado adentrándose en lo que parecía un pequeño pasillo que distribuía la planta baja hacia el resto de habitaciones.

Bajo una de las puertas podía verse un poco de luz. De repente volvió a oír un ruido, provenía de allí. Quería salir de aquella casa, pero algo en su interior le decía que tenía que superar sus traumas infantiles, tenía que ver que había tras la puerta. Se acercó y posó su mano, presionó la manilla y con un pie empujó la puerta. La luz de su interior bañó todo el pasillo, pero el miedo no desapareció. Entró.

De espadas a ella había una joven adolescente de larga y descuidada melena. Descalza, y con un camisón sacado de otra época e ignorando la presencia de Dorothy, intentaba arrastrar sin éxito una pesada cama. Agotada, se giró hacía Dorothy. Su tez blanquecina, sus labios cortados y unas enormes ojeras le daban un aspecto siniestro, pero algo en ella la hacía dulce al mismo tiempo. La chica se acercó, tenía el camisón sucio y arrugado. El olor cada vez era más desagradable. La niña plantó sus ojos en Dorothy, y levantando un brazo le invitó a que mirara donde apuntaba, pero Dorothy no veía nada. La chica indicaba firmemente a un armario. Dorothy sin dejar de mirarla se acercó al armario. La joven asintió, a lo que ella interpretó que quería que lo abriera. De nuevo una oleada de frío se apoderó de la casa. Nerviosa, se acercó para abrirlo. La chica empezó a reírse de manera forzada y Dorothy sitió terror, no sabía que hacer. Pensó en salir corriendo, pero dónde podía ir, ni siquiera sabía que hacía allí. Decidida, abrió el armario dándole la espalda a la joven. El armario estaba vacío. Miró de nuevo a la chica, que se había acercado a ella. Ésta parecía tener mejor aspecto, le recordó a alguien, quizás a ella cuando era pequeña. Dorothy, miró esta vez en la parte superior del armario. No podía creer lo que tenía ante si. Había pensado muchas veces en ello, pero creía que lo había superado. Mirándola fijamente, un calvo muñeco desnudo la contemplaba con una sonrisa. Un escalofrío recorrió su cuerpo y sus piernas templaron. Estaba apunto de sufrir un ataque de ansiedad cuando se giró de nuevo. La chica cada vez se parecía más a ella. Dorothy estaba apunto de desmallarse, pero una fuerza sobrenatural la hizo salir corriendo. En su ceguera tropezó con un mueble a la salida de la habitación. Justo cuando su cabeza iba a golpearse mortalmente con una esquina… despertó.     

Vicente Ortiz Guardado.
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