Tan rara como en la
sensación de un sueño en el que no puedes moverte rápido o hablar, así se
sentía Dorothy avanzando por el sinuoso pasillo todo lo alerta que podía. A su
derecha había una enorme puerta cerrada, siguió avanzando. Unos metros más
adelante, vio otra puerta. Esta vez agarró el pomo, pero éste no giró. Casi a
cámara lenta, echó un vistazo atrás para confirmar que seguía sola. Siguió
andando. Conforme avanzaba la luz era más escasa y el olor más desagradable. Su
cuerpo estaba tenso y su respiración empezaba a ser más irregular, pero tenía
que saber la verdad. Algo terrible estaba pasando, además no sabía cómo había
podido llegar hasta allí.
De repente sonó un golpe
seco. Frenó, e instintivamente apoyó la espalda contra la pared. Como cuando de
pequeña se tapaba con las mantas de su cama protegiéndose así de los miedos que
le producían la oscura habitación de la casa de su abuela, sitió una leve
sensación de seguridad. Miró a ambos lados. Seguía sola. El sonido volvió a
repetirse, esta vez seguido de algo parecido a cuando se arrastra algo pesado.
Venía de la planta baja. Presionó su frágil cuerpo con más fuerza sobre la
pared, que era mullida. No pudo resistirse, y con las palmas de las manos tocó
la vieja moqueta. La sensación rugosa le hizo separarse. Una vez en el centro
del pasillo olió sus manos. Le recordó a una habitación cerrada, a una mezcla
entre polvo y humedad, o simplemente a un lugar no ventilado desde hacía mucho.
Habían pasado muchos años
desde que había superado el miedo a la oscuridad, pero seguía teniendo
pesadillas en las que desde su cama, sentado en un viejo armario, un muñeco
calvo la miraba fijamente. Ella se quedaba inmóvil durante mucho tiempo, sabía
que en cuanto dejara de mirar al muñeco, éste con sus enormes pestañas
parpadearía. Muchas veces la pesadilla variaba y el muñeco le dedicaba una
siniestra sonrisa desdentada. Cuando despertaba, encendía todas las luces y
volvía a la cama corriendo para taparse hasta la nariz. El miedo tardaba horas
en desaparecer.
Respiró profundamente y
decidió seguir avanzando. El pasillo terminaba haciendo una pequeña curva a la
que le seguía una escalera con la barandilla de madera torneada. Apoyó su mano
derecha en ella y empezó a bajar despacio. Las paredes estaban llenas de
enormes cuadros en los que no podía distinguir que había. Conforme bajaba, la
poca luz que procedía de la planta superior desapareció bajo sus pies. Cuando
bajó el último peldaño se frenó para intentar orientarse mientras sus ojos se
adaptaban. La oscuridad era casi absoluta, pero pudo distinguir algún mueble y
una enorme mesa con sillas en lo que parecía un salón. Dio un paso corto, luego
otro más largo. Hacía frío, mucho frío. Cruzó toda la estancia con sumo cuidado
adentrándose en lo que parecía un pequeño pasillo que distribuía la planta baja
hacia el resto de habitaciones.
Bajo una de las puertas
podía verse un poco de luz. De repente volvió a oír un ruido, provenía de allí.
Quería salir de aquella casa, pero algo en su interior le decía que tenía que
superar sus traumas infantiles, tenía que ver que había tras la puerta. Se
acercó y posó su mano, presionó la manilla y con un pie empujó la puerta. La
luz de su interior bañó todo el pasillo, pero el miedo no desapareció. Entró.
De espadas a ella había
una joven adolescente de larga y descuidada melena. Descalza, y con un camisón
sacado de otra época e ignorando la presencia de Dorothy, intentaba arrastrar
sin éxito una pesada cama. Agotada, se giró hacía Dorothy. Su tez blanquecina,
sus labios cortados y unas enormes ojeras le daban un aspecto siniestro, pero
algo en ella la hacía dulce al mismo tiempo. La chica se acercó, tenía el camisón
sucio y arrugado. El olor cada vez era más desagradable. La niña plantó sus
ojos en Dorothy, y levantando un brazo le invitó a que mirara donde apuntaba,
pero Dorothy no veía nada. La chica indicaba firmemente a un armario. Dorothy
sin dejar de mirarla se acercó al armario. La joven asintió, a lo que ella
interpretó que quería que lo abriera. De nuevo una oleada de frío se apoderó de
la casa. Nerviosa, se acercó para abrirlo. La chica empezó a reírse de manera
forzada y Dorothy sitió terror, no sabía que hacer. Pensó en salir corriendo,
pero dónde podía ir, ni siquiera sabía que hacía allí. Decidida, abrió el
armario dándole la espalda a la joven. El armario estaba vacío. Miró de nuevo a
la chica, que se había acercado a ella. Ésta parecía tener mejor aspecto, le
recordó a alguien, quizás a ella cuando era pequeña. Dorothy, miró esta vez en
la parte superior del armario. No podía creer lo que tenía ante si. Había
pensado muchas veces en ello, pero creía que lo había superado. Mirándola
fijamente, un calvo muñeco desnudo la contemplaba con una sonrisa. Un
escalofrío recorrió su cuerpo y sus piernas templaron. Estaba apunto de sufrir
un ataque de ansiedad cuando se giró de nuevo. La chica cada vez se parecía más
a ella. Dorothy estaba apunto de desmallarse, pero una fuerza sobrenatural la
hizo salir corriendo. En su ceguera tropezó con un mueble a la salida de la
habitación. Justo cuando su cabeza iba a golpearse mortalmente con una esquina…
despertó.
Vicente Ortiz Guardado.
Derechos de autor: Código de registro en Safe Creative: 1805257184683
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Como luego sueñe cosas raras...
ResponderEliminarEspero que no.
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