Dos años después, volvemos a publicar un microrrelato en la web «El Yunque de Hefesto». Después de muchos meses sin escribir nada, me planteé un doble reto: escribir un texto improvisado a partir de unas palabras al azar que le pedí a mi sobrina Miriam, y que todo fuera una sola frase.
Tras la explosión, la repentina nube de muerte se expandió alrededor del hongo nuclear. En la estación espacial, los camaradas Rodríguez y Mendoza, anotaban en la pantalla el número ochenta y dos junto a unas coordenadas. Solo habían pasado doce horas desde que Andorra liberara la primera bomba sobre Londres. De nada sirvieron los comunicados que hablaron de error o saboteo.
Los latinautas fueron testigos de la cadena de ataques que asolaron Europa y Asia. Luego, confusión. Una falsa tregua rota por las réplicas que no tardaron en sucederse. En solo unas horas, las difusas siluetas del resto de continentes también quedaron difuminadas bajo los gases que cubrieron el planeta con un apocalíptico manto gris.
En la estación, los navegantes espaciales se miraban en silencio. Uno de ellos posó la mano sobre el hombro de su compañero y asintió. El otro suspiró antes de enviar el mensaje: «Planeta arrasado. Vía libre para la ocupación».
