A las
10:00 p.m. entré en el club. La humareda que flotaba alrededor de los
parroquianos formaba nubes cónicas que descendían desde los amarillentos focos
del techo. Pendientes del televisor, ni siquiera el jodido barman me reconoció
cuando le pedí el whisky de siempre. Me senté al fondo, en la mesa más alejada
de la puerta, y desde la que mejor podía controlar todo el local. A mi derecha,
una rubia de bote apoyada en la mesa de billar parecía divertirse con dos
gorilas que reían. Encendí un cigarrillo y di un sorbo a la copa. A la
izquierda, junto a la puerta del baño, un camello discutía con una joven pareja
que no se dejaba intimidar por sus teatreros aspavientos. Todo en orden.
Si
las cosas marchaban bien, solo tendría que esperar un rato a que llegara mi
objetivo con su ligue. Trabajo sencillo. Dinero fácil a cambio un puñado de
fotos decentes que entregaría en cuanto saliera de aquel agujero. Consulté la
hora después de apurar la copa. Los tortolitos se retrasaban. Contemplé la
barra con la idea de levantarme a pedir otro whisky, a riesgo de ser
descubierto, pero en ese instante de duda el celular de mi bolsillo vibró.
―Necesito
que lo eliminen cuanto antes ―dijo una voz autoritaria al otro lado.
Si
ya la falta de educación es algo que me fastidia de un cliente, que me exija algo
que no está pactado puede ser el motivo para que renuncie a un caso. Aquel
idiota lo había jodido todo en una sola frase.
―Creo
que se ha equivocado de persona, amigo. Yo solo hago seguimientos. De lo que se
haga después con mis informes, no quiero saber nada.
―No
lo entiende ―respondió elevando el tono―, ese hijo de puta se tira a mi chica. ¡Lo
quiero muerto!
Claro
que lo entendía, sin infidelidades no tendría casos. El mayor misterio para mí
es la obsesión del cornudo, esa que le impide hacer borrón y cuenta nueva si
antes no le ha puesto rostro a su sustituto.
―¿Me
está escuchando? ―preguntó tras un silencio―. Los otros chicos me acaban de
decir que ya está en el club.
―¿Los
otros chicos? ¿Me está tomando el pelo? Yo trabajo solo.
―No
me venga ahora con principios. Hay que acabar con él, por eso también los
contraté a ellos como refuerzo.
―¡Váyase
a la mierda!
―No
se enfade, le pagaré lo acordado cuando me entregue las malditas fotos.
Dejé
el teléfono junto al cenicero y así la pipa bajo la mesa. Mis ojos barrieron la
oscuridad del local hasta que se toparon con la gélida mirada de uno de los
gorilas que, con más torpeza que discreción, sacaba una semiautomática del
bolso de la rubia.
―Aunque
esté disfrazado ―continuó lejana una voz desde el aparato―, quiero ver como era
su cara antes de que empiecen los disparos.
Vicente Ortiz
Microrrelato noir presentado a Moraleja Novela negra 2021
Número de registro en Safe Creative 2112150040084
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