Claro quedó enseguida que
Cedric iba buscando otra cosa, cuando sorprendido, observé que mi buen amigo
conocía muy bien la zona y tenía otros planes más atrevidos que ver alguna
aburrida actuación de segunda. Eso despertó en mí cierta excitación controlada,
aunque por otra parte me fascinaba comprobar que no conocía en profundidad a
mi amigo tanto como pensaba. Como lo noté seguro y decidido, por otra parte,
algo habitual en él, sin hacer preguntas me dejé llevar por las callejuelas de
los barrios bajos y decadentes de una ciudad que bullía dentro de otra que ya dormía.
Animado por el licor de varios de sus locales, bien entrada la madrugada, atravesamos
calles en penumbra por las que deambulaban abundantes personajes desaliñados y
borrachos. En algunas esquinas, vociferaban corrillos de hombres muy bien
vestidos que parecían tratar asuntos con pícaros que reían de forma estridente
al cobrar el dinero que éstos le ofrecían a cambio de quién sabe qué.
Al llegar al embarcadero,
el soniquete de un ir y venir de almas se mezclaba con los licenciosos
comentarios de jóvenes muchachas ligeras de ropa que alquilaban su existencia al
mejor postor. Una de ellas, de piel morena y largo pelo negro, me miró fríamente
en silencio con sus maquillados ojos centelleantes. No puede evitar
contemplarla con una mezcla de admiración por su belleza y de pena por su
suerte. Cuando llegué a su altura, de entre las sombras surgió un descarado
fortachón mostrando un bastón metálico. Sin tiempo de reacción, mi amigo me
tomó del brazo y me llevó a la otra parte de la calle caminando deprisa
mientras me susurraba que, una regla no escrita de la noche era que, si no estaba
dispuesto a pagar por una compañía femenina, tampoco podía mirarla. De no haber
sido por la efímera valentía que acompaña a los efectos del licor, habría
obligado a mi amigo a salir cuanto antes de aquel averno, sin embargo, aquel
incidente me envalentonó al sentir la misma curiosidad de un niño que está
empezando a descubrir la realidad de la vida.
―Allí es, Brandon ―indicó
Cedric con una mano mientras con la otra me alentaba a aminorar aún más el paso―,
no lo olvidarás jamás.
Seguí sin preguntar,
simplemente me abandoné a su voluntad caminando torpemente por una calle que ascendía y descendía entre charcos y suciedad. Al llegar a una zona llana, donde el húmedo empedrado reflejaba la tímida luz de la luna, cruzamos un
puente de tres arcos de hierro y pasamos junto a un grupo de hombres que
discutía de forma acalorada. Continuamos en silencio hasta la puerta del tugurio
escogido, donde Cedric, saludó a un hombre calvo y achaparrado que llevaba la
camisa desabrochada y manchada de algo parecido a un vómito reciente. No sé
cuánto pagó por nuestra entrada, pero a pesar de la lobreguez del lugar y de su
disimulo, pude ver cómo Cedric le introducía unos billetes en el bolsillo de la
sucia camisa al rechoncho portero que contestó abriéndonos paso con una
socarrona carcajada.
En el opresivo interior
no había mucha más luz que en la calle. Sobre cada zona tenuemente iluminada
por una vela a medio consumir, se alzaba una inmensa nube de humo que inundaba
lo que parecía un viejo taller o negocio en el que habían improvisado, sin
muchas exigencias, aquella maloliente taberna. Tumbados en unos mugrientos
colchones de lana sucia, varios hombres de ojos vidriosos fumaban opio
embarcados en un viaje laberíntico a los confines de la fantasía. Otros
saltaban y gritaban con gestos desquiciados en un frenesí enfermizo mientras
daban empujones o caían sobre los hombres que ya estaban en el suelo. El olor:
mezcla de botica, bodega y cuadra, penetraba en la nariz haciendo que los ojos
lloraran y picara la garganta. Muy lejana, la melodía de un tocadiscos que
giraba tras una espesa cortina negra en la parte trasera del establecimiento,
llegaba vaporosa en forma de sonido entrecortado por el ruido de los
parroquianos.
Cedric, sonrió ladeando
con gracia su mentón en una especie de saludo que llamó la atención del hombre,
que tras el mostrador nos miraba de soslayo con unos ojos que se me antojaron
sin párpados ni pestañas. El extraño camarero, con cierta dificultad y
anormales movimientos, dio media vuelta girando sobre uno de sus pies para
coger de la minúscula estantería dos pequeños vasos de cristal. Alto, delgado,
canoso, con el rostro apergaminado y mirada de desequilibrado, el hombre abrió
una botella cuando mi amigo se acercó al mostrador y posó uno de sus codos. El
loco asintió mostrando una sonrisa cómplice y sirvió su variado brebaje. Bebimos. Era la primera vez en mi vida que
tomaba un láudano como aquel, pues anteriormente solo lo había ingerido en
forma de jarabe medicinal, pero al tercer vaso creí alcanzar el nirvana. Mis
miedos y problemas desaparecieron por arte de magia, dando paso más tarde a un
estado de letargo semiconsciente donde el mundo flotaba a mi alrededor en un
baile místico que invitaba al olvido de toda una vida de traumas y miedos
estúpidos.
Pasado un lapso imposible
de calcular, mi buen amigo desapareció un instante, para volver más tarde con
una larga pipa. Una vez más, me tomó del brazo y me dejé llevar. En uno de los
resguardos del local, a modo de guarida, dos hombres de mirada inexpresiva y
boca entreabierta, se levantaron a nuestra llegada, cediéndonos el espacioso diván
de madera donde seguramente habían estado fumando opio junto a la lámpara. Me
tumbé intentando amoldar la espalda al escaso acolchado. Fumé. Una vez más, no
sé cuánto tiempo pasó, solo recuerdo que cuando Cedric intentó tumbarse a mi
lado, a duras penas me puse en pie para dejarle todo el diván. Tras levantarme,
sentí una punzada brusca en la tripa, que me hizo encoger. Él sonreía acomodado
sin soltar la pipa. Temiendo vomitarle encima, intenté dar unos pasos, aún con
cierta energía, pero entonces llegó el descenso a los infiernos y creí perder
el conocimiento al trastabillar y caer. Desde el suelo pude ver a otros que
dormitaban a mi altura.
El eco remoto del
tocadiscos pareció amplificarse a la vez que todo en torno a mí oscilaba de
manera brumosa, como si el humo se tragara la materia sólida y lo transformase durante
su ciclo en algo inmaterial o gaseoso.
Extracto de una historieta que estoy escribiendo y algún día terminaré.
Registrado en Safe Creative con el código 1909131921668
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Septiembre de 2019.
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