La camada de tímidos
lobeznos salió a descubrir el mundo que les rodeaba. Ajenos a lo que les había
tocado vivir a sus progenitores, no tardaron en entregarse al juego sobre la
manta de hojas que cubría el húmedo suelo otoñal.
Cuatro largos años habían
tardado, batida tras batida, en acabar con aquellos miserables animales.
Santiago, el famoso cazador que había llegado de las montañas del norte
contratado como una auténtica estrella en la extinción de lobos, estaba
satisfecho. Ganaría un buen pellizco y además, había ayudado a la comunidad
exterminando al último lobo sobre la tierra. Se le había resistido, pero
después de varios días de acoso pudo abatirlo de un disparo certero. Ahí
comenzó su calvario.
El respetable, a la par
que alocado Gabriel, un viejo del lugar totalmente en contra de la matanza y al
que todos conocían como El chamán del
bosque, le advirtió cuando portaba el sangrante trofeo en el remolque de su
camioneta: "acabas de vender tu alma a Satanás. Ya nada será
igual, jamás descansarás y la madre loba te atormentará cada día de tu triste
vida".
Santiago, lo miró con desdén,
pero sus profundas ideas religiosas le hicieron sentir un pinchazo al escuchar
al melenudo y arrugado personaje. Por suerte para él, no tardó en olvidar al
viejo, ya que uno de los cazadores locales se le acercó entre risas para
hacerle entender con un gesto, que el pobre anciano estaba loco.
Esa misma noche
comenzaron las pesadillas en las que una enorme loba parda, alentada por
Gabriel, le perseguía hasta devorarlo. Noche tras noche, en cuanto cerraba los
ojos, las enormes fauces de la madre loba desgarraban sus entrañas. El insomnio
lo llevó a la depresión y ésta sumada al consumo de alcohol, a ir perdiendo la
cordura. Algunas veces creía ver los brillantes ojos de la loba centelleando en
la oscuridad de su casa. Semanas después de acabar con el último lobo, apenas
quedaba nada del fortachón leñador del norte que había llegado con aires de
grandeza portando un fusil al hombro. Una noche tuvo un sueño revelador y
aunque su estado era lamentable, no dudó en coger la camioneta y volver al
sitio en el que todo empezó.
No se extrañó al ver que Gabriel
lo estaba esperando en la puerta de su cabaña. Los dos hombres no dijeron
palabra alguna durante el trayecto que les condujo a través del frondoso bosque
hasta el comienzo de una pequeña montaña granítica salpicada de oquedades y
pequeños arbustos. Llegaron cuando la sombra ganaba la batalla a los últimos
reflejos del sol. El viejo encendió una hoguera y ante la atenta mirada de
Santiago, que por instantes parecía recobrar la razón, sacó algo de comida. Se
sentaron al abrigo del fuego y comieron.
―¿Qué tengo que hacer? ―se decidió a preguntar el leñador con
voz temblorosa.
―Ya no puedes arreglar lo que hiciste, pero puedes
reconciliarte con ella dejándola que cumpla su misión. Debes ayudarla, solo así
podrás descansar ―contestó el viejo chamán mirándole
con dureza.
Unos minutos después
apareció una enorme loba parda. Excepto por su delgadez, era idéntica a la de
las pesadillas. En su panza se adivinaba que estaba preñada y aunque
seguramente llevaba mucho tiempo sin comer, el imponente y majestuoso porte de
su presencia aterrorizó a Santiago, que retrocedió unos pasos. El animal se acercó al asesino de su
compañero con el hocico arrugado y mostrando sus desafiantes colmillos. Lo olfateó
dando una vuelta a su alrededor y después se alejó muy lentamente. Santiago
miró a Gabriel y fue cuando comprendió cuál era el sacrificio que debía hacer para alcanzar la paz, era parte de la misión de la loba. El viejo asintió tímidamente. Su rostro ya
no expresaba tanta dureza, de hecho, mostraba una cálida
sonrisa.
La loba empezó la
ascensión por la rocosa montaña. Cuando había subido la mitad, echó un vistazo
atrás, el leñador la seguía decidido. Pronto estarían en su guarida y todo
acabaría.
Vicente Ortiz Guardado
30-10-15
Derechos de autor: Relato registrado en Safe Creative. Código de registro 1805257184638
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