Llevaba
tres días sin salir a la calle cuando me decidí a sacar las cosas del viaje que
aún seguían en una vieja maleta de piel. Por más que busqué el dinero, no lo
encontré. Alguien había aprovechado cuando hablaba con el capitán y me había
robado todo. Maldije al barco, al capitán, al viaje y todos los que me
acompañaban. Nunca debí dejar sola a mamá. Ahora, solo y sin dinero, qué sería
de mí.
Esa
misma tarde sonó un golpe en la puerta. Era Zamboo, que venía a hacerme una
visita. Le hice pasar y le conté todo lo que había pasado, él se puso muy
serio, jamás lo había visto así. Luego se puso aún más serio, me dijo que ya
nunca volveríamos a vernos porque había hecho algo de lo que se avergonzaba y
quería dejar la isla para siempre. Le pregunté de qué se trataba, por si
podía ayudarle y entonces se desmoronó. Me temí lo peor, algo en mi interior me dijo que había
hecho algo terrible.
―Samuel,
amigo mío, eres como un hermano para mí, pero yo no valgo nada, soy un maldito
perro loco que solo piensa en beber, en fumar y en acostarse con mujeres de mala vida. En cambio
tú eres una gran persona.
―No
digas idioteces Zamboo ―le contesté―, no soy mejor persona que nadie, y si lo
fuera de nada me serviría, ya has visto en la situación que estoy.
―He
traicionado nuestra amistad, pero prometo compensarte algún día ―paró con su
relato para limpiarse las lágrimas que rodaban por su morena mejilla antes de
proseguir―: El día de la paga entré en el camarote para robarte algo. Tengo que
decirte que no era la primera vez. Sólo quería un poco de tu paga para mis
vicios. Yo nunca tengo dinero por mucho que trabaje, y tú siempre tienes porque
no lo gastas. Cuando abrí tu macuto no pude resistirme, nunca había visto tanto
dinero y te lo quité todo como un vulgar ladronzuelo que roba a su propio
padre.
No
entiendo de donde saqué el valor, él tampoco intentó defenderse, pero con todas
mis fuerzas le di un puñetazo en su pómulo izquierdo, también debí tocarle la
nariz porque enseguida empezó a sangrar. Zamboo se tambaleó. Cuando se puso
firme me pidió perdón acercándose a mí. Temí que me golpeara porque él era
mucho más fuerte que yo, pero se quedó quieto. Entonces me aparte para abrir la
puerta. No quería volver a ver a aquel traicionero que me llamaba hermano.
Zamboo, con la mano en la mejilla desapareció tan rápido como lo había hecho mi
dinero.
Vicente Ortiz Guardado.
Extraído de Samuel el africano, un cuento si terminar escrito en 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido? Puedes hacer un comentario y compartir la entrada. Gracias.